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Alberto Anzola

Con el correr del tiempo la relación con Alberto Anzola se convirtió en una gran amistad, como la que previó el capitán Renault con Rick en la escena final de “Casablanca”.

23 de agosto de 2018 Por: Jorge Restrepo Potes

No son más de 10 años los que han transcurrido desde el día grato en que conocí a Alberto Anzola, merced a la propuesta que hizo uno de los integrantes de la que se conoce como ‘Mesa liberal de los martes’, que se reúne en uno de los clubes de la ciudad. Por unanimidad fue aceptado y, a decir verdad, se convirtió en protagonista esencial de esa tertulia en la que el tema principal es la política.

Hice empatía inmediata con Alberto pues son varias las cosas que nos unen, aparte la lealtad al trapo rojo, que a veces pienso que él lo agita con más fuerza que este servidor. Las otras son su afición al cine, la alta literatura y la pasión por el equipo de fútbol América, del que fue presidente, y que en eso sí vamos con igualdad de grados.

Con el correr del tiempo la relación con Alberto Anzola se convirtió en una gran amistad, como la que previó el capitán Renault con Rick en la escena final de “Casablanca”, una de las mejores películas del cine de todos los tiempos. En efecto, más allá de las reuniones semanales con Anzola, iniciamos un intercambio de películas, de libros y de estos son verdaderas maravillas las que me ha obsequiado, con esa generosidad suya, que no tiene límites.

De sus manos recibí una extensa biografía de Alfonso López Pumarejo quien, a mi juicio, con Carlos Lleras Restrepo y Juan Manuel Santos son los mejores presidentes que ha tenido Colombia, dejando fuera de concurso al Libertador.

Esa biografía de López, con textos magníficos y una serie de fotografías de su época, es uno de los tesoros que ahora fulge en mi biblioteca que, modestia aparte, como dicen los inmodestos, es bien surtida, como igualmente lo es mi cinemateca con más de dos mil películas en DVD.
Alberto Anzola no tiene ni una pizca de vanidad, a pesar de haber sido uno de los grandes líderes de la agroindustria, no solo vallecaucana sino nacional.

Basta recordar su exitoso paso por la presidencia del Ingenio Manuelita, la empresa azucarera de proyección internacional. Alberto fue uno de los artífices de la llegada de esa compañía a Perú, y hoy sus accionistas lo recuerdan con el mismo afecto que le tuvo don Harold Eder.

Anzola Jiménez acaba de cumplir 90 años de transitar por este mundo.
La vida, feliz en muchos aspectos, también le ha traído, como a mí, penas insondables, que él ha sabido sobrellevar con estoicismo ejemplar. Sus hijas, nietos y nietas, lo adoran y él ha hecho de la familia el núcleo central de su meritoria existencia.

Para celebrar el acontecimiento, su parentela organizó un almuerzo en el que todo resultó excelente. Yo que he asistido a convites de este género en muchas ocasiones, jamás había participado en un ágape en el que se sintiera tanta devoción por una persona como la que aprecié al mediodía del sábado 11 de agosto. Hasta el cantante de tangos se lució.

En aquel salón, exquisitamente dispuesto, se congregó casi toda la dirigencia empresarial vallecaucana, que ve en Anzola a uno de los más connotados exponentes de ese sector de la economía nacional.
Allí estábamos sus copartidarios de la mesa hebdomadaria. Allí estaban sus hijas, sus hermanas y los nietos y nietas, en quienes se ve el amor infinito que por él sienten.

Y un centenar de camaradas oficiamos emocionados el rito de expresar todo el cariño que tenemos por este personaje, que ejerce a plenitud su profesión de hombre y, como pocos, la rara especialidad de amigo.

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