El pais
SUSCRÍBETE

Adiós a las armas

Para esta columna tomo el título del libro de Ernest Hemingway, novela...

9 de febrero de 2012 Por: Jorge Restrepo Potes

Para esta columna tomo el título del libro de Ernest Hemingway, novela romántica que se desarrolla en Italia en tiempos de la Primera Guerra Mundial 1914-1918, y de la que el cine ha hecho dos versiones, una bien lograda en 1932 con Gary Cooper, y otra en 1957 con Rock Hudson, ambas conmovedoras, pues causan una que otra lágrima.Se me ocurre decir ahora “adiós a las armas” con la propuesta que ha hecho el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, en el sentido de prohibir en el Distrito Capital el porte de armas, con o sin salvoconducto para lograr así el descenso en los indicadores de homicidios, la gran mayoría causados por balas, y, muchas, salidas de armas amparadas legalmente.Creo que las únicas personas que deben andar armadas son las vinculadas a las Fuerzas Militares y de Policía. Se argumenta en contra que esa medida traerá como resultado que los buenos ciudadanos queden a merced de los bandidos, pero eso es fácil de contradecir, pues con arma o sin arma estamos siempre en peligro de toparnos uno de ellos, con el problema de que la gente honrada y pacífica no da en un blanco quieto, y menos a uno en movimiento, pongamos el caso del motociclista que le arranca el bolso a la señora; si ésta lleva revólver y lo dispara, le da el tiro a cualquier transeúnte, menos al ladrón.Antes de que robaran de mi casa mi revólver Smith & Wesson, calibre 32, y la pistola Browning, calibre 9 milímetros traté varias veces, con ambas armas, de atinarle a un blanco inmóvil a 10 metros de distancia, y no acerté ni una, y eso que estaba sin el terror que provoca el atracador. Vaya usted a un polígono militar y pretenda darle a una de esas figuras en movimiento, y termina hiriendo a un soldado que presta guardia a una cuadra de distancia.Los que sí le dan al blanco son los bandidos y, también, los hombres correctos cuando influidos por el alcohol o la ira resuelven matar al contradictor en la mesa de un bar. Ahí sí le pegan el pepazo en la frente como hace Clint Eastwood cuando interpreta al inspector Callaghan en las películas de Harry, el Sucio.Entonces, juzgo acertada la idea de Petro, pero si el desarme es total y no parcial, como ya empieza a sugerirse. O todos armados o todos desarmados. Si lo primero para que el país se liquide pronto, si lo segundo para ver si podemos convivir civilizadamente.Por lo pronto estoy feliz sin armas, pues se me acabó la torpe idea de que uno armado puede defenderse, con la frase célebre gringa según la cual “Dios creó a los hombres y Samuel Colt – el inventor del revólver – los hizo iguales”. Al delincuente sólo lo iguala la capacidad de fuego de los hombres a quienes el Estado arma, es decir, soldados y policías. Lo demás es paja.Y hablando de Petro, en una de estas noches asistí a una fiesta del alto mundo social y quedé frío cuando una señora dijo con la copa de champaña en la diestra que estaba rogando para que a Gustavo Petro le fuera mal como alcalde de Bogotá, porque si le va bien, nada ni nadie podrá detenerlo en el sendero hacia la Presidencia de la República. Quedé helado al escuchar ese necio raciocinio, pues eso demuestra que la democracia nuestra está en pañales.Ante una salida como la de la dama en cuestión, debo decir que es preferible para Colombia una izquierda democrática que una derecha retardataria, valga la redundancia. Ojalá le vaya bien a Petro y a todos los que nos gobiernan, cualesquiera sean sus ideas.Aquí hay que decir adiós a las armas, pero también adiós a la intolerancia.

AHORA EN Jorge Restrepo Potes