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Tenemos petróleo en nuestras manos

Yo no causé el derrame de petróleo en el Golfo de México,...

4 de julio de 2010 Por: Jorge Ramos

Yo no causé el derrame de petróleo en el Golfo de México, pero, como estadounidense, me siento parcialmente responsable por esta tragedia. La parte mayor de la responsabilidad obviamente recae en la British Petroleum, que nunca debió haber perforado un pozo que no sabía cómo tapar en una emergencia. La culpa no es sólo de ella; los reguladores e inspectores del Departamento del Interior de EE.UU. al parecer se han coludido con la BP y otras corporaciones petroleras en cuanto al establecimiento de medidas de seguridad. No se ha determinado aún si esta sociedad va más allá de los límites de la incompetencia. Esencialmente, es también un asunto filosófico: se trata, nada más, de un problema de corrupción o de incompetencia. Es también un problema filosófico. ¿Cuánta regulación gubernamental de las empresas privadas es demasiado? La respuesta en el caso del derrame petrolero en el Ggolfo no podría ser más clara: el gobierno de Barack Obama debió haber investigado mucho más profundamente la aprobación y regulación de las perforaciones en aguas profundas otorgadas por sus predecesores. No lo hizo y ahora estamos sufriendo las consecuencias. Además, la respuesta de Obama a este desastre en particular no correspondió a la gravedad del mismo. Si bien nadie desea un mandatario desbordado en sus emociones, durante varias semanas el presidente Obama no actuó con el sentido de urgencia que esta emergencia ameritaba. Lo más frustrante de todo es la falta de preparación del Gobierno para esta crisis, lo que lo ha obligado a dejar la solución en las manos de la misma empresa que causó el problema. Al parecer, nadie que trabaje para el gobierno estadounidense sabe cómo tapar pozos perforados en medio del océano. Esta abdicación de responsabilidad es absurda -el equivalente a ordenar a un piromaniaco que apague el incendio que acaba de causar. Hemos aprendido muy poco desde el desastre en Alaska del Exxon Valdes, en 1989. Cada vez que veo el video tan repetido del torrente de petróleo derramándose en las profundidades del Golfo de México, mi primer impulso es cambiar de canal. Pero el petróleo sigue derramándose. Y la responsabilidad, en parte, es mía. Ese petróleo crudo que ahora pinta de negro nuestras playas estaba siendo bombeado a la superficie para convertirse en combustible para mi auto. El estilo de vida estadounidense depende de él, y por eso todos somos responsables de este accidente. Si consumes gasolina eres parte de nuestro pecado colectivo. Por supuesto, podría ir en bicicleta al trabajo, pero el viaje de ida y vuelta me tomaría cinco o seis horas diarias. Podría, también, utilizar el sistema de transporte público, pero el servicio de autobuses es una desgracia en Miami; podría pasar la mitad del día viajando alrededor de la ciudad en esos autobuses ineficientes antes de llegar a mi destino. Así que lo reconozco: no tengo más remedio que utilizar mi auto y el combustible que extraen del fondo del mar las empresas como BP. Quizá lo más me frustra de esta crisis ecológicas - cuyas repercusiones podrían estar con nosotros durante décadas- es que no se ha convertido en una oportunidad para un cambio radical. El presidente Obama no ha aprovechado este momento único para alterar permanentemente la forma en viajamos y vivimos. Un nuevo impuesto a la gasolina reduciría nuestra dependencia en el uso de vehículos motorizados, y esos miles de millones de dólares generados por el impuesto podrían financiar el desarrollo de nuevas tecnologías. Pero no hay voluntad política en Washington para un nuevo impuesto cuando faltan sólo cinco meses para las elecciones intermedias. ¿Y qué hay acerca de las fuentes alternas de energía? El sol y el viento son fuentes inagotables y limpias de energía, pero aún no hemos aprendido como obtener todo lo que nos pueden dar. Tampoco acabo de entender por qué los autos híbridos -que funcionan con electricidad y gasolina- no han sido promovidos intensamente por el Gobierno como una alternativa a corto plazo. ¿O será que los reguladores gubernamentales también se han asociado con las empresas automotrices, como parecen haberlo hecho con las empresas petroleras?Mientras tanto, no puedo creer que tendremos que esperar hasta agosto, si hay suerte, para poner fin a esta tragedia. Por más que quiera, no puedo borrar de mi mente la imagen del torrente de petróleo. Y con cada negro galón de crudo esparcido en el mar nuestra responsabilidad compartida sigue creciendo.