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Ser periodista en México

Desde que Amlo llegó a la presidencia han sido asesinados 11 reporteros en México, de acuerdo con la organización Artículo 19. Y desde el 2000 van 131 periodistas que pierden la vida

16 de febrero de 2020 Por: Jorge Ramos

Para Sergio Aguayo, porque si atacan a un periodista, nos atacan a todos.

No hay nada como ser periodista en México. Por una parte, si te levantas muy temprano puedes hablar con el Presidente en sus conferencias de prensa, las Mañaneras. Pero, por la otra, es uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo independiente. Y el peligro no viene solo del crimen organizado.

Ningún presidente da una conferencia de prensa diaria como lo hace Andrés Manuel López Obrador. He asistido a dos de ellas y puedo constatar que pregunté con libertad, sin presión o censura, sobre las cifras de asesinatos en el primer año de su gobierno (en 2019 hubo 34.582 homicidios dolosos, según cifras oficiales, lo que lo convierte en el año más violento en la historia moderna del país).

Aunque el presidente usa las Mañaneras para establecer la agenda del día, diferenciarse de sus predecesores, defenderse de críticas y flotar algunas de sus ocurrencias, en apariencia la libertad de expresión está garantizada: los periodistas preguntan, el presidente responde y todos felices. Pero las cosas no son tan sencillas, como prueba el caso del editorialista del diario Reforma, Sergio Aguayo, asediado judicialmente desde 2016 por criticar a Humberto Moreira, exgobernador y exdirigente del PRI.

La persecución contra Aguayo no inició durante el gobierno de López Obrador. Pero hace unos días, un juez de Ciudad de México le ordenó pagar al analista medio millón de dólares por sus críticas a Moreira por presunto daño moral. El juicio continúa, pero sobre todo continúa un ambiente hostil para ejercer crítica y periodismo en México.

Desde su posición de autoridad, López Obrador ha estereotipado y menospreciado el trabajo de reporteros que no coinciden con él. En una Mañanera, dijo que “nunca he utilizado un lenguaje que estigmatice a los periodistas”. Pero en múltiples ocasiones ha llamado a los periodistas “fifís”, “prensa vendida”, “hipócritas”, “el hampa”, “fantoches”, “sabelotodo” y “doble cara”, entre otros calificativos.

Las palabras importan, impactan, influyen. Estas expresiones contra miembros de la prensa tienen dos consecuencias: que varios de sus seguidores -identificados como ‘amlovers’- bombardean con ataques e insultos en redes sociales a quienes cuestionan al presidente sin entender que ese es nuestro trabajo. Y, lo más grave, pone en una posición más vulnerable a corresponsales que reportan desde poblaciones pequeñas sobre narcotráfico y autoridades corruptas.

Desde que Amlo llegó a la presidencia han sido asesinados 11 reporteros en México, de acuerdo con la organización Artículo 19. Y desde el 2000 van 131 periodistas que pierden la vida, lo que lo convierte en uno de los países más peligrosos para la prensa. Esta situación es más sombría si se revisa la impunidad por esos asesinatos. El Comité para la Protección de los Periodistas incluyó a México -junto a Somalia, Siria e Irak- en la lista de países con la mayor impunidad en casos de homicidios a periodistas.

Otra forma de presionar a los periodistas -y de tratar de callarlos- es criminalizando su trabajo. En una reciente Mañanera, la periodista Denise Dresser confrontó al Presidente al decirle que un importante miembro de su gabinete estaba considerando una reforma judicial que penalizaría la labor de la prensa, con la posibilidad incluso de cárcel por difamación. “Eso no va a pasar”, dijo Amlo, distanciándose de la propuesta. “Nosotros tenemos el compromiso de garantizar la libertad de expresión […], el derecho a disentir”. Ese intercambio con Denise debería parar en seco cualquier intento de intimidar a la prensa.

El México actual es otro. Ya no es el país de mediados del siglo pasado que describe con maestría Enrique Serna en su novela El vendedor de silencio. El libro se centra en la vida del periodista Carlos Denegri y en la corrupción que por décadas imperó entre la prensa y los políticos. México tampoco es el que yo dejé en 1983, cuando había una censura directa de la casa presidencial de Los Pinos hacia los medios de comunicación. Pocos, rebeldes y a un costo altísimo, desafiaron esa corrupción y censura dentro del país.

México tiene hoy a algunas de las mejores y más valientes periodistas que conozco: sus denuncias y reportajes investigativos han puesto contra la pared al viejo sistema y a los políticos más abusivos.
El periodismo no es una profesión para silenciosos. Nuestro trabajo es ser contrapoder (sin importar quien esté en el gobierno). Y nos toca hacer las preguntas difíciles. El Presidente tiene que entender que no es personal: la labor periodística es una condición necesaria para una democracia sana. Lo criticamos y cuestionamos, y lo seguiremos haciendo, no porque le deseemos mal a México, sino porque el país merece y necesita el debate de ideas, la confrontación argumentada, el señalamiento incisivo. El silencio mata a las democracias.

Termino con una nota personal. La ola de solidaridad con un colega ha sido refrescante en un país cruel con sus periodistas. Al final de cuentas de lo que se trata, Sergio, es que sepas que no estás solo.

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