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Nada es normal

Escribo esto con pluma sobre un papel amarillo y humedecido. Hace días que no hay electricidad en mi casa y, por lo tanto, tampoco hay internet ni teléfono ni ningún otro tipo de contacto con el resto del mundo.

24 de septiembre de 2017 Por: Jorge Ramos

Miami. Escribo esto con pluma sobre un papel amarillo y humedecido. Hace días que no hay electricidad en mi casa y, por lo tanto, tampoco hay internet ni teléfono ni ningún otro tipo de contacto con el resto del mundo.

En lugar de rayitas, mi celular dice ‘No Service’. Los regaderazos matutinos me dejan temblando por el agua extrañamente fría y me paso las noches leyendo a la luz de una vela y sudando hasta el amanecer. Abrir la ventana me dejaría expuesto a un brutal ataque de mosquitos. Mi postre anoche fue un pan tibio que me supo a… pan tibio.
No hay nada como un huracán para recordarnos lo pequeñitos que somos.

Nada es normal después de un huracán. Hay partes de Miami intransitables. Los árboles caídos son una constante prueba de obstáculos y paciencia. Las laberínticas filas en las gasolineras, supermercados y ferreterías les traen malos recuerdos a los que acaban de dejar Venezuela. Sin semáforos, a veces reina la amabilidad y otras la ley de la camioneta más grande.

Desconozco el lugar donde vivo, y lo peor es que va para largo. También estuve aquí tras el paso del huracán Andrew en 1992 y sé que recuperarse de un desastre así toma años, no semanas ni meses.

Miami es una ciudad muy vulnerable. El huracán Irma, disminuido a categoría tres, apenas nos rozó y, aun así, lo trastocó todo. La Avenida Brickell se volvió río, Coral Gables parecía una selva despeinada y la marina de Coconut Grove se transformó en un dominó de botes.

Esto es lo que pasa cuando insistimos en vivir junto al mar. Apartamentos en construcción se siguen amontonando pegaditos a la Bahía de Biscayne, entre desafiantes y tontos. Pero el calentamiento global no es un invento chino, como alguna vez aseguró el científico Donald Trump. Los océanos suben de temperatura, los polos se derriten y esa agua se tiene que ir a algún lado. Al final, el mar va a ganar.

Sospecho que pronto los precios de las propiedades en la Florida se van a caer. ¿Quién quiere vivir en un lugar donde una vez al año se te puede inundar la casa y tu techo puede salir volando?

Hay otras ciudades que también se podría comer el mar. Como película de horror, los miamenses que huyeron al norte -a Naples, Tampa y Jacksonville- fueron alcanzados por la tormenta horas después. Vi una foto satelital en la que se veía a Irma cubriendo toda la península de Florida. Nadie pudo escapar.

Solamente unas cuantas horas después de que Irma tocó tierra, salió ese segundo ejército de Estados Unidos -el de los inmigrantes- listo para recoger los escombros y poner las cosas en su lugar. Los jardineros, de pronto, se convirtieron en los trabajadores más buscados del Estado. Sí, manos inmigrantes son las que van a reconstruir Florida.

No somos los primeros en caer rendidos ante la belleza de la Florida. Juan Ponce de León reclamó el territorio para España en 1513. Aquí surgió el mito del manantial que transformaba en jóvenes a los viejos.

Sin embargo, la belleza de Florida esconde enormes peligros. Nosotros, en Miami, tenemos el Océano Atlántico y el Golfo de México reclamando playas, calles y casas. ¿Quién aguanta vientos superiores a las 150 millas por hora y una marejada ciclónica de la altura de dos personas?

Tres días después del paso de Irma me fui a Big Pine Key, casi en la punta sur de Estados Unidos. El ojo del huracán pasó cerca de aquí. Algas cubrían la carretera y el sol, castigador, decía yo no fui.

Un ‘trailer park’ quedó como un castillo de Lego tras ser pateado por un niño. Aquí ya nada será igual, aunque vuelvan a ponerse en pie los ‘campers’ que se voltearon.

Cuando vuelva la señal del celular, mi jardín de nuevo parezca un jardín, regrese la electricidad, el internet me llegue con un clic, me duerma sin sudar y sin mosquitos, y mi postre no sea un pan tibio, entonces todo será normal. ¿Será?

Me pregunto si todo esto se nos va a olvidar. Quizás lo vamos a poner en uno de esos rincones mentales donde almacenamos las cosas incómodas. Hasta que la próxima semana o la siguiente temporada de huracanes me llegue un ‘tuit’ diciendo que se ha formado una depresión tropical frente a las costas de África y sienta una gota de sudor en la frente.