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Miguel no quería morir así

Miguel Carrasquillo no murió como quería. Murió con mucho dolor. Sufriendo. Tras...

17 de julio de 2016 Por: Jorge Ramos

Miguel Carrasquillo no murió como quería. Murió con mucho dolor. Sufriendo. Tras meses de una verdadera agonía.Miguel, de 35 años, quería que los doctores lo ayudaran a morir, pero ninguno lo hizo. Estaba en Puerto Rico, y las leyes ahí no permiten la llamada ‘muerte asistida’. Y tampoco tenía el dinero para viajar a uno de los cuatro estados -Oregon, Washington, Montana y Vermont- que sí lo permitían. (A partir del 9 de junio, California también se ha sumado a esos estados).En el proceso de ‘muerte asistida’ los doctores dan los medicamentos e información necesaria para que sea el mismo paciente quien se quite la vida. Es distinto a la eutanasia, en que el médico participa activamente quitándole la vida al paciente (como lo hizo en varias ocasiones el doctor Jack Kevorkian).Hablé con Miguel, vía satélite, un par de semanas antes de su muerte. Estaba muy cansado. Su voz era lenta y apenas audible pero se entendía si le ponía mucha atención. Así me explicó la terrible noticia que recibió en marzo del 2012.“Me dio un dolor de cabeza muy fuerte y me dio una parálisis completa del lado derecho”, me dijo. Le hicieron exámenes, tomografías y biopsias. La conclusión fue devastadora: un tumor cerebral incurable. “Ese tumor ya se había regado por todo mi cuerpo, y yo no lo sabía”.Miguel, quien vivía en Chicago y era un chef, se quedó sin opciones. Fue entonces que decidió pasar sus últimos días en Puerto Rico, junto a su mamá.Pero cada día era una angustiosa rutina: despertar, dolor, tomar medicamentos, dormir y luego volver a despertar por el dolor. “La gente dice que esto [de la muerte asistida] es un tabú”, me dijo. “Para mí no es un tabú. ¿Tú imaginas lo que es para una persona estar en una silla de ruedas o encamado sufriendo dolores? ¿Por qué no tomar la decisión como ser humano de quitarte la vida, si la vida es tuya?”.Esa era su filosofía: “La vida es tuya y tú la vives como la quieras vivir... esto no es nada malo. La vida es tuya. ¿Por qué no hacerlo?”. Pero era una filosofía que no compartía la Iglesia Católica -ni la mayoría de los políticos en Puerto Rico-.“Yo hago una pregunta”, me dijo Nilsa Centeno, la mamá de Miguel. “La Iglesia Católica me dice a mí que tenga fe. El morir dignamente para ellos es un pecado. Pero si para el ser humano ya no hay alternativa ¿por qué no podemos tener [la muerte asistida] como una consideración?... La muerte es lo más seguro que tenemos todos y debemos decidir cómo morir”.Nilsa, al final de cuentas, tuvo que hacer lo más difícil que puede pedírsele a una madre: acompañar a su hijo a morir. “Sí, es fuerte, es fuerte. Porque yo fui la que lo traje al mundo. Pero esta decisión de morir dignamente, él la quiere. Y si él la quiere, yo la voy a apoyar. Realmente el dolor que él siente, nadie lo imagina”.“¿Estás preparado para morir?”, le pregunté a Miguel, cuidando cada una de mis palabras.“Oh, sí”, me dijo. “Yo estoy listo hace ya un par de meses”. Pero se había quedado sin dinero -para mudarse a un estado que le permitiera morir con ayuda médica- y sin más alternativa que esperar el final. “Opciones, no tengo ninguna, ninguna”, me dijo. “He logrado lo que tenía que lograr. Es algo bien fuerte. Llevo la vida sentado (y tomando medicamentos). Apenas me dan ganas de comer. Y es bien triste, bien triste”.Y entonces, Miguel cerró los ojos. No podía más. Estaba tan cansado que apenas podía subir los párpados. Había que terminar la entrevista, la última que dio antes de morir. “¿Por qué hablas conmigo?”, le pregunté antes de irme. “Porque este es un tema del que hay que hablar abiertamente”, me dijo.Cada noche Miguel y Nilsa se despedían “con un beso y un abrazo”, según me dijo él. Ella, a su vez, le aseguraba que siempre estaría a su lado. Cuando me lo dijo, madre e hijo estaban agarrados de la mano. Pero, en realidad, Nilsa esperaba que una noche Miguel no despertara más: “La opción es que Miguel se acueste a dormir y no despierte. Todas las noches nos despedimos, porque él se me puede ir en un sueño profundo”.Eso precisamente ocurrió. Una mañana de domingo, Miguel no despertó más. Y solo así dejó de sufrir.