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Los condones del Papa

Nunca he conocido a alguien que, en la pasión del momento, de...

5 de diciembre de 2010 Por: Jorge Ramos

Nunca he conocido a alguien que, en la pasión del momento, de pronto, a medio camino, haya dejado de desenrollar un condón para pensar qué diría al respecto el papa Benedicto XVI. Ni una. No obstante, él es líder de más de mil millones de fieles, así que lo que diga es importante. Y aunque el Pontífice seguramente influiría en que más personas usaran condones para evitar enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados e incluso la muerte por Sida, la posición oficial de la Iglesia Católica Romana es ésta: el uso de condones está prohibido. ¿La razón? No se debe impedir el nacimiento de nuevos seres humanos. Pero prohibir el uso de condones en la era del Sida significa básicamente condenar a muerte a millones de personas. Es así de sencillo. Es así de urgente. Como era de esperarse, las palabras recientes del Pontífice acerca del uso de condones -para un libro del periodista alemán Peter Seewald, durante una inusual entrevista de seis horas realizada a lo largo de seis días- tuvieron un impacto enorme en todo el mundo al ser publicadas. Según el libro de Seewald, ‘Luz del mundo: El Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos’, que empezó a circular el 23 de noviembre, el Papa dijo que los condones no son “una solución real o moral” a la pandemia global del Sida. Sin embargo, añadió, “en el caso de algunos individuos, como cuando un prostituto usa un condón... ese puede ser el primer paso en dirección a una moralización y empezar a asumir responsabilidad”. Los comentarios de Benedicto no tenían precedente, y los activistas que luchan contra la proliferación del Sida brincaron de gusto al enterarse de ellos. Muchas miles de vidas podrían salvarse en África y América Latina si los líderes religiosos aconsejaran a la gente el uso de condones. Pero la alegría no duró mucho. Poco después de que los comentarios del Papa fueran noticia, Federico Lombardi, portavoz del Vaticano, se apresuró a frenar el entusiasmo de los activistas. Esto no era un cambio radical en las enseñanzas de la iglesia, explicó Lombardi: las palabras del Papa eran “coloquiales”. Y, además, no serían parte de una encíclica (una misiva especial a los obispos católicos), y por tanto no constituían “un cambio revolucionario” de la Iglesia. En lo relativo a su primera experiencia con los profilácticos, el Vaticano ha actuado con la misma confusión e inseguridad de un adolescente a punto de tener su primera experiencia sexual -ésta es quizá la primera vez que el vocero del Vaticano sale a corregir en público al Papa. La postura de la Iglesia Católica contra los condones está basada en una encíclica escrita por el Papa Paulo VI en 1968, mucho antes de que la pandemia del Sida dejara su marca en el mundo. Pero la Iglesia rehúsa adaptarse a los tiempos modernos; no se adapta a las necesidades de sus fieles. Basta el hecho de que siga vigente la exclusión de las mujeres del sacerdocio, otro ejemplo de que la Iglesia no está a la altura de los tiempos. Esto es simplemente discriminación en una institución que predica la igualdad, y por tanto no debería tratar como inferior a la mitad de la población. Aunque esta tradición ha guiado a la Iglesia durante muchos siglos, es una práctica arcaica y machista. Dos cosas, sin embargo, me dan esperanza. A pesar de la corrección pública a Benedicto XVI, el simple hecho de que el Pontífice haya hecho esas declaraciones acerca de los condones es alentador. Abre la posibilidad de un debate acerca de si la decisión de usar o no un condón corresponde exclusivamente a la pareja en su alcoba, y no al Papa en el Vaticano. Este debate podría culminar, a la larga, con el fin de la prohibición de la Iglesia. El segundo punto positivo es que, una vieja y arrogante estrategia de comunicación papal, Benedicto XVI aceptó ser entrevistado durante seis horas por un periodista. No sé si le dieron al Papa las preguntas por adelantado y desconozco qué otros arreglos se hicieron, pero espero que ésta sea la primera de muchas entrevistas. Después de todo, urge preguntarle a Benedicto XVI sobre su papel en el supuesto encubrimiento por la Iglesia de tres sacerdotes pedófilos: el alemán Peter Hullerman, el norteamericano Lawrence Murphy y el mexicano Marcial Maciel. Estos tres hombres son criminales; el Papa debe ser solidario con sus víctimas, no con ellos. Así pues, si bien no estoy plenamente convencido de que estamos ante el inicio de una nueva era de apertura y honestidad en el liderazgo de la Iglesia Católica, cuando un Papa abre la puerta, aunque sea un poquito, el resto de nosotros debe empujar y empujar hasta ver qué hay del otro lado.