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Entre el miedo y el placer

Viajar en México es una apuesta. Puede que no pase nada o...

14 de agosto de 2011 Por: Jorge Ramos

Viajar en México es una apuesta. Puede que no pase nada o puede que te mueras de un balazo de un narco. Por eso da miedo pasear en uno de los lugares más bonitos y placenteros del mundo. Playa Linda hace honor a su nombre. Frente a un mar espectacular, esta playa cercana a Ixtapa y Zihuatanejo está enmarcada por enormes palmeras y unas montañas tan verdes que su reflejo puede hacer cambiar el color de sus ojos. Durante una visita reciente con mi familia, don Santiago me invitó a instalarme debajo de la palapa que renta a turistas, para protegerme del brutal sol, y me ofreció un brillante pescado que acababa de sacar del Pacífico. No me pude resistir y su mujer me cocinó un exquisito pescado a la talla, con arroz y tortillitas recién hechas a mano. Luego don Santiago, con la ayuda de un lanchero de trenzas güeras llamado Ricardo, puso a volar a mis hijos. Por 20 dólares una lancha los jaló con un paracaídas, sobre el mar, en un recorrido de 10 minutos, pero que ellos recordarán toda la vida. No, no creo que ese tipo de aventura sea autorizado en otros países y he visto paracaídas en mejor estado. Pero el riesgo valió la pena y reporto felizmente que nadie terminó con huesos rotos. Todo iba maravillosamente bien, hasta que pasó un vendedor de periódicos y compré uno, Despertar de la Costa, cuyo lema es ‘La verdad como fundamento’. Los titulares me hicieron sentirme enfermo. ‘Encuentran cuerpo de hombre en un barranco’, clamaba una de las cabezas sobre la foto de un cadáver en avanzado estado de descomposición. La imagen revelaba que la víctima había recibido dos disparos –una bala había atravesado uno de sus ojos. Otro artículo: ‘Dejan ejecutado en sitio de taxis de Ciudad Altamirano’, estaba ilustrado, claro, por la foto del joven ejecutado a balazos y colgando de una soga atada al cuello. Otra nota era acerca de dos policías acribillados en el vecino puerto de Acapulco y una más informaba sobre un hombre hallado dentro de un auto, en la carretera a Ciudad de México, con un balazo en el cráneo. No quise leer más. Noté la presencia de dos sudados policías con rifles de alto calibre patrullando la playa con botas en un calor infernal. En el océano, en medio de la gente que se divertía con sus skis acuáticos, detecté una lancha de la Marina de México. Era una playa en la que el temor y la diversión se mezclaban. Le pedí la cuenta a Santiago, le di efusivamente las gracias y nos fuimos. Unas semanas antes de la visita de familia, un arquitecto de 29 años había sido asesinado en Ixtapa. Perdió la vida tras salir en su camioneta de un centro nocturno para detenerse en el lote de estacionamiento de un hotel, donde recibió un impacto de bala en el abdomen. “Hecho aislado”, dijo una funcionaria de Turismo. “Mala suerte del chavo”, dijo un representante de los hoteleros en una entrevista de radio. ¿Mala suerte? El asunto de fondo es que no se vale ir de vacaciones a Ixtapa y que te maten de un tiro. Eso no debe depender de la “suerte” ni del pie con que te levantaste para ir a la playa. Ese es el problema de hacer turismo en México: no tienes ninguna seguridad de que te irás sin una bala de recuerdo. Durante la visita de mi familia, mi hija y mis sobrinas no se atrevieron a ir a ningún antro en Ixtapa ni el resto del grupo se quiso aventurar a salir a cenar. Mejor nos quedamos en casa. Tampoco, durante el día, quisimos tomar la carretera para ir a una playa de surfistas. “No se los recomiendo”, nos dijo un lugareño. “Hay gente rara en el camino”, refiriéndose a narcotraficantes. Sé que publicar este tipo de reportes a nivel internacional perjudica injustamente a quienes viven del turismo de Ixtapa, Acapulco y otros lugares en México. Pero no podemos ni debemos ocultarla. Los funcionarios mexicanos, especialmente, necesitan enfrentar la realidad e iniciar esfuerzos para rescatar los increíblemente hermosos destinos turísticos de la Nación. Y esto debería tener precedencia sobre asuntos menos urgentes como, digamos, la determinación que muestran las autoridades en que las raquetas de tenis estén fuera del alcance de los pasajeros de las aerolíneas –están estrictamente prohibidas en los aeropuertos mexicanos (No puedo entender esta prohibición ni he visto reglas similares aplicadas en otros aeropuertos del mundo. Quizá en México saben algo que nadie más sabe. ¿‘Raqueterroristas’?). Durante más de dos décadas he regresado a México para vacacionar con mi familia y quisiera seguir haciéndolo. México me alimenta por dentro y por fuera. Pero no sé si volveremos el próximo verano. Me debato entre el miedo y el placer. Hacer turismo en el país que naciste no debe ser una apuesta en que, si pierdes, te cuesta la vida y la de los tuyos.