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El juicio a medianoche

Al intentar proteger su imagen de ganador permanente, Trump está perdiendo la batalla de la historia: siempre será recordado como el bully al que cacharon en la trampa.

2 de febrero de 2020 Por: Jorge Ramos

Era medianoche en Washington y el juicio seguía. Adam Schiff, un congresista del Partido Demócrata, se quejaba amargamente de la hora: muchos estadounidenses, argumentaba, ya estarían durmiendo a pesar de la enorme importancia del momento. Yo, como muchos espectadores, batallaba por seguir con atención ese proceso en la cama de un hotel de San Francisco, California, a las nueve de la noche tratando de ver, entre cabezazos, el primer día del juicio de destitución del presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Aunque ya sabemos el final -Trump será exonerado por un Senado dominado por los republicanos y buscará usar el juicio a su favor para reelegirse en noviembre- escribo esto porque pese a que todo indica que no lo destituyan, Trump va a perder en algo más importante. En su absurdo intento de ser el más grande, Trump se autodestruyó. Nunca entendió que no se trata de llegar al poder sino de hacerlo sin mentiras y trampas. Se trata de dejar un legado. Pero al igual que sus tuits, sus discursos cargados de odio y sus métodos cuestionables para permanecer en el poder no se podrán borrar.

El primer día del juicio había comenzado para mí en Miami, donde, antes de las seis de la mañana, escuché el discurso de Trump desde el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza. Trump decidió no estar en Washington cuando comenzaba el proceso en su contra. Su mensaje era una ligera variación de su discurso de siempre: soy el mejor, Estados Unidos es el mejor y nadie puede compararse a lo que he hecho.

Pero este presidente tan egocéntrico -que alguna vez se describió como “un genio muy estable”- no puede soportar la idea de que el Congreso de su país lo esté acusando de abusar de su poder. Es algo que aparentemente ha hecho toda su vida. En un video del programa ‘Access Hollywood’ -dado a conocer durante la campaña presidencial de 2016- se le escucha presumir de cómo podía tocar a las mujeres sin sufrir las consecuencias solo porque era “una estrella”. Aún así, más de 62 millones de estadounidenses votaron por él y llegó a la Casa Blanca.

Esta vez, sin embargo, es distinto.

Durante una llamada telefónica al presidente de Ucrania, en julio del año pasado, Trump le pide “un favor”. El mandatario ucraniano, Volodímir Zelenski, sabe exactamente a lo que se refiere Trump. A cambio de entregarle casi 400 millones de dólares en ayuda a su país, como había autorizado el congreso estadounidense, Trump, a través de varios mensajes, le pide que investigue a uno de sus mayores rivales, el exvicepresidente Joe Biden, y a su hijo Hunter, quien formaba parte del consejo de Burisma, una empresa ucraniana de gas.

El intercambio -o quid pro quo- que propuso Trump al presidente de Ucrania es en apariencia muy sencillo: tú me das información de uno de mis principales oponentes para las elecciones presidenciales de noviembre de 2020 y yo te doy el dinero. Así de burdo. Dando y dando. Se trata del acosador o bully que exige lealtad y total sometimiento.

El problema para Trump es que esta vez lo agarraron en la trampa. Por eso el juicio en su contra, que tiene dos cargos: abuso del poder ejecutivo para obtener un beneficio personal y por obstruir al congreso durante la investigación.

Su berrinche ha sido muy público. El segundo día del juicio rompió un récord personal desde que asumió la presidencia: publicó 142 tuits y retuits en su cuenta de Twitter -@realdonaldtrump-, muchos de ellos incluyen mentiras o insultos. El Washington Post, que lleva la cuenta exacta de la veracidad presidencial, asegura que Trump ha mentido o falseado la verdad 16.241 veces en sus primeros tres años en la Casa Blanca.

Pero acostumbrado a siempre salirse con la suya, Trump está haciendo todo lo posible para que los estadounidenses no sepan lo que pasó. Primero, les ha prohibido a sus principales colaboradores -a los que sabían de sus amenazas al presidente ucraniano- participar en el proceso de destitución. Y segundo, se ha negado a entregar al Congreso documentos y correos que, posiblemente, comprobarían la trampa.

Además, Trump cuenta con la cómplice ayuda de los republicanos en el Senado para esconder sus huellas. No sé si Trump tenga grandes amigos, de esos que duran toda la vida. Pero su manera de operar es a través del miedo. Así, por las buenas o por las malas, ha forzado a los senadores del Partido Republicano a hacer lo que él quiere. Por eso la ausencia de testigos clave en el juicio en el Senado. Por eso la falta de documentos oficiales. Por eso extender el primer día del juicio más allá de la medianoche.

Al intentar proteger su imagen de ganador permanente, Trump está perdiendo la batalla de la historia: siempre será recordado como el bully al que cacharon en la trampa. Y lo peor es la sospecha de que, si tuviera la oportunidad, Trump volvería a recurrir al engaño.

Sigue en Twitter @jorgeramosnews