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El cielo y los superhumanos

Si solo hubiera podido leer dos libros en el año que pasó, escogería ‘Breves Respuestas a las Grandes Preguntas’, del recientemente fallecido cosmólogo Stephen Hawking, y ‘Sapiens; Una Breve Historia de la Humanidad’, del historiador Yuval Noah Harari.

6 de enero de 2019 Por: Jorge Ramos

Si solo hubiera podido leer dos libros en el año que pasó, escogería ‘Breves Respuestas a las Grandes Preguntas’, del recientemente fallecido cosmólogo Stephen Hawking, y ‘Sapiens; Una Breve Historia de la Humanidad’, del historiador Yuval Noah Harari. Ambos enfrentan con lucidez el asunto de qué ocurre cuando nos morimos y las historias que nos inventamos.

Me temo que no les tengo muy buenas noticias.

“¿Tengo fe?”, se pregunta Hawking, quien vivió con una discapacidad causada por una progresiva degeneración de los nervios y solo se podía comunicar con sus músculos faciales. “Todos somos libres de creer en lo que queramos, pero desde mi punto de vista la explicación más sencilla es que Dios no existe. Nadie creó el universo y nadie dirige nuestro destino. Esto me lleva a una profunda conclusión: Probablemente no hay un cielo, ni vida después de la muerte”.

Hawking argumenta que “el universo fue creado espontáneamente de la nada, de acuerdo con las leyes de la ciencia” en “un evento que ahora llamamos el Big Bang” o una gran explosión y que, por lo tanto, no hay en esto ninguna explicación divina.

Millones de años después, cuando la tierra generó las condiciones necesarias para tener vida inteligente, los humanos empezamos a buscar explicaciones. Y ahí es donde entra Harari, con su maravillosa historia de la humanidad.

Nos hemos inventado muchos mitos y leyendas para tratar de explicar lo que nos pasa. Pero esto es precisamente lo que nos define y diferencia de otros animales. “Esta capacidad de hablar sobre ficciones es la característica más singular del lenguaje de los Sapiens”, escribe Harari.

“Es relativamente fácil ponerse de acuerdo en que solo el Homo Sapiens puede hablar sobre cosas que no existen realmente, y creerse seis cosas imposibles antes del desayuno. En cambio, nunca convenceremos a un mono para que nos dé un plátano con la promesa de que después de morir tendrá un número ilimitado de bananas a su disposición en el cielo de los monos”.

Harari asegura que esta capacidad de imaginarnos cosas colectivamente, de tener “mitos comunes” y de cooperar entre extraños “es la razón por la que los sapiens dominan el mundo.” Eso nos separa de abejas, hormigas y chimpancés.

Quien se imagina un futuro muy distinto, con “superhumanos”, es Hawking. El asegura que la humanidad está entrando a una nueva etapa de “evolución auto-diseñada” que nos permitiría modificar y mejorar nuestra carga genética para hacernos más inteligente, menos agresivos y evitar las enfermedades que nos matan.

Esto, de entrada, no le sonaría nada mal a muchos. Sin cáncer, diabetes, esclerosis y enfermedades del corazón podríamos vivir muchos años más y mejorar considerablemente nuestra calidad de vida. Pero esta ingeniería genética, reparando nuestro ADN, podría generar una grave división en la humanidad.


“Una vez que estos aparezcan”, escribe Hawking, “van a existir muchos problemas políticos con los humanos que no se han podido mejorar (genéticamente) y que no pueden competir. Ellos podrían morir o perder importancia. Y, en cambio, habría una raza de seres autodiseñados que se mejorarían con gran rapidez”.

Con una mayor expectativa de vida, asegura Hawking, se podrían colonizar otros planetas. Pero esto, por ahora, suena a preocupante y delirante ciencia ficción. El mismo científico advirtió que, seguramente, se implementarán en el futuro leyes en contra de la ingeniería genética en humanos. Aunque la tentación, dice, es muy grande.

Tanto Harari como Hawking son extraordinarios ejemplos de científicos que preguntan incansablemente sin temer a las respuestas. Hawking, quien murió en el 2018 a los 76 años de edad, reflexionó con humildad sobre el propósito de su vida. “No tengo ninguna pelea con Dios”, escribió. “No quiero dar la idea de que mi trabajo es probar o negar la existencia de Dios. Mi trabajo es encontrar un marco racional para entender el universo que nos rodea. Por siglos se creía que gente con discapacidad como yo sufríamos una maldición enviada por Dios. Bueno, es posible que yo haya molestado a alguien allá arriba, pero prefiero pensar que todo se puede explicar de otra manera...”.

Estos dos libros son, sin lugar a duda, otra manera de preguntar.