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El año más difícil de su vida

Este ha sido el año más difícil en la vida de Manuel y Patricia Oliver, los padres de Joaquín. Hay gente que prefiere ya no hablar de la masacre. Pero Manuel y Patricia escogieron otro camino.

17 de febrero de 2019 Por: Jorge Ramos

Parkland, Fla. - El 14 de febrero del 2018 Joaquín Oliver, de 17 años de edad, le llevó flores a su novia a la escuela. Su papá lo había acompañado la noche anterior a comprarlas. Ese día Joaquín se levantó, se bañó -“es Valentine”, dijo- tomó su mochila, sus flores y una tarjeta. Su papá lo llevó en su auto al colegio y, tan pronto como pudo, le entregó los regalos a su novia. Luego, alrededor de las dos de la tarde, un pistolero entró a la escuela de Parkland, en la Florida, con un rifle semiautomático AR-15 y mató a 17 estudiantes y maestros.

Joaquín fue uno de ellos.

Este ha sido el año más difícil en la vida de Manuel y Patricia Oliver, los padres de Joaquín. Hay gente que prefiere ya no hablar de la masacre. Pero Manuel y Patricia escogieron otro camino.

Nos sentamos en el mismo sofá donde, hace un año, me contaron cómo fueron los últimos momentos de su hijo. Hay fotos de ‘Guac’, como le llamaban, por todos lados. El cuarto de Joaquín está intacto. Su presencia es indiscutible. Y su voluntad de pelear por él, también.

Es difícil decir que el duelo ha terminado. Cuando se pierde a un hijo, y más de una forma tan violenta, sospecho que hay un duelo permanente. “Hemos aprendido que tenemos una nueva razón para estar aquí”, me dijo Manuel. “Cuando uno es padre, todo lo hace en función de los hijos. Nosotros continuamos haciendo todo en función de nuestro hijo. Pero nuestro hijo no está aquí”.

Patricia reconoce que se tardó en procesar el vacío que dejaba Joaquín. Pero unos meses después, la misión estaba clara. “Yo sentí que teníamos que hacer algo”, me dijo. “La vida de Joaquín no podía ser en vano”.
Los dos comparten el mismo mensaje. “Es un aprendizaje muy fuerte. Tienes que digerirlo día a día. No hay un minuto en que no pensemos en Joaquín”, me aseguró Manuel. “Pero también tenemos que ser parte de la solución. No podemos, solamente, recordar a Joaquín y pasar la página. [Hay que] hacer algo para que esto no le vuelva a pasar a otro niño como Joaquín”.

¿Cuántas personas van a morir hoy en Estados Unidos por un disparo?, le pregunté a Manuel. “Cien”, me dice. “Y mañana también. Y ayer también. Y de los cien, 15 son niños”.

Son 40.000 muertes cada año. Pero no hay la voluntad política para cambiar eso. En Estados Unidos tenemos una masacre tras otra. Y senadores y congresistas en Washington no se atreven a hacer nada que limite la posesión y uso de armas (protegida por la Segunda Enmienda de la Constitución).

Los Oliver están tratando de reducir la enorme influencia que tiene la Asociación Nacional del Rifle a través de sus contribuciones a las campañas de políticos. Eso ha permitido que armas de guerra se compren con asombrosa facilidad; más fácil que medicinas sin receta.
Pero Manuel y Patricia no se dan por vencidos. De hecho, apenas empiezan. Crearon una fundación, changetheref.org, y se pasaron el último año viajando con el propósito de reducir las muertes por armas de fuego. Buscan apoyos; hace poco estuvieron en Sudáfrica con el igualmente optimista Desmond Tutu. Y exploran maneras para multiplicar su mensaje.

Manuel, artista y experto en mercadotecnia, creó una estatua de Joaquín -en tercera dimensión, blanca y del tamaño exacto de su hijo- que aparece en eventos públicos y que recorre las oficinas de los congresistas. Y enojó a funcionarios del gobierno del presidente Donald Trump cuando hizo un mural en la frontera, del lado mexicano, que decía: “Del otro lado también matan a nuestros hijos”.

La estrategia de comunicación de Manuel y de Patricia -al igual que la de los estudiantes que sobrevivieron la masacre en Parkland, los ‘Dreamers’ o la congresista Alexandria Ocasio-Cortez- es frontal. Directa. Sin miedo. Cara a cara. “Usemos más el corazón que cualquier otra herramienta”, me dijo Patricia.

Manuel y Patricia están haciendo esto para que a ti y a mí no nos pase lo mismo. “Hay que ser dramáticos con el mensaje”, concluyó Manuel. “Es un drama que es real. El deber nuestro es mostrar con crudeza la realidad de haber perdido a un hijo. Porque le puede pasar a cualquiera. Es una especie de aviso (...) Y yo me arrepiento de una sola cosa: no haber hecho esto antes del 14 de febrero del 2018”.