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Casi la guerra

Me duele enormemente ver lo que están sufriendo México y Venezuela, dos países a los que quiero mucho. Es casi la guerra.

28 de mayo de 2017 Por: Jorge Ramos

Me duele enormemente ver lo que están sufriendo México y Venezuela, dos países a los que quiero mucho. Es casi la guerra.

México es un país maravilloso. Amoroso (es muy difícil sentirse solo ahí), solidario, lleno de colores y de humor, muy privilegiado cultural y geográficamente. Oye, y qué rico se come.

Pero hay tantos muertos que el International Institute for Strategic Studies lo declaró el segundo país más peligroso del mundo. A pesar del pataleo oficial, en el 2016 solo en Siria murieron violentamente más personas que en México.

Las cuentas son mortales. Con Enrique Peña Nieto ya pasamos los 79 mil muertos en menos de cinco años. Es difícil encontrar a una familia mexicana que no haya sufrido recientemente un crimen en carne propia. Basta preguntar sin mucho afán para escuchar un anecdotario del horror y del sadismo.

De los últimos días se me han quedado dos imágenes grabadas.

Una foto, ampliamente compartida en redes sociales, muestra un sombrero manchado de sangre que pertenecía a Javier Valdez, un periodista conocido por cubrir el narcotráfico. Lo acribillaron a principios de este mes en Culiacán, Sinaloa. La otra foto es de un soldado mexicano ejecutando a un civil desarmado en una calle en Palmarito, Puebla, tras un tiroteo. Ambas imágenes son igualmente brutales.

Pero el problema es que los mexicanos nos hemos acostumbrado a lo brutal. Y al aceptar lo brutal como normal hemos perdido la sensación de urgencia y la necesidad de justicia. La muerte ronda tan frecuentemente que se ha hecho compañera.

Lo que antes indignaba -la desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa o las masacres de Tlatlaya y Nochixtlán- de pronto es parte de una larga lista de crímenes impunes. Hay tantos Ayotzinapas pasando en México cada mes -jóvenes que desaparecen del mapa sin ninguna pista- que nos hemos vuelto insensibles a la tragedia de madres y padres buscando desesperadamente a sus hijos e hijas.

Y lo peor es que nadie espera nada del presidente Peña Nieto. Que levante la mano el que confía en un cambio de rumbo y que las cosas van a mejorar antes que se vaya el primero de diciembre del 2018. Exacto. No veo ninguna mano arriba.

Mientras México está marcado por la casi inevitable rutina de la muerte, como en un cuento de Juan Rulfo, en Venezuela las calles siguen llenas de esperanza de cambio… y de gases lacrimógenos de la Guardia Nacional Bolivariana.

Venezuela es tan hermosa que Cristóbal Colón, en su tercer viaje, creyó que se acercaba al paraíso terrenal. Ese es el mismo territorio que hoy se desmorona.

Desde que Nicolás Maduro se quitó la máscara de demócrata y ordenó la disolución de la Asamblea Nacional, las calles de Caracas y de las principales ciudades de Venezuela se han convertido en un campo de batalla. Literalmente.

La estrategia es clara: La oposición toma las calles hasta que caiga Maduro o acepte un plan de salida; el gobierno reprime hasta que los opositores no aguanten más.

El prisionero político Leopoldo López, tiene como grito de guerra la frase: “El que se cansa, pierde”. La oposición ha tomado ese grito como un rezo y no ha cedido las calles. Pero el costo es altísimo: más de 40 muertos, en su mayoría jóvenes que deberían estar estudiando, viajando, bailando y descubriendo la vida, no la muerte.

Dos imágenes de Venezuela me quitan el sueño. Una es la de un guardia que dispara a quemarropa un tubo de gas lacrimógeno al pecho de uno de los manifestantes. El chico se levanta aturdido, herido de muerte y da unos pasos antes de caer. Otra es la de Maduro bailando en un televisor mientras la cámara panea para ver la represión oficial en la calle, como Nerón en el incendio de Roma.

Tras casi 18 años de gobiernos autoritarios y, ahora, de una clara dictadura, los venezolanos no pueden soportar más. En parte es la hambruna y la falta de medicinas hasta en los hospitales. En parte es que han salido casi todos los que se pudieron ir, y los que se quedaron no tienen a dónde ir más que hacia delante. Y en parte es que hasta los mismos chavistas se han desencantado del sistema que ellos crearon.
Tantas veces hemos creído, equivocadamente, que Venezuela iba a cambiar que no quiero ilusionarme demasiado. Pero cuando vi que un grupo de jóvenes hacían retroceder a una tanqueta del régimen, pensé: Ya perdieron el miedo en Venezuela, se acabó Maduro.

No, Venezuela y México no están en guerra. Pero casi.