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Adiós a la mamá

Uno de los pocos acontecimientos al que ningún ser humano puede escapar, junto a la muerte propia, es la muerte de su madre.

5 de octubre de 2018 Por: Jorge Humberto Cadavid Pbro

Uno de los pocos acontecimientos al que ningún ser humano puede escapar, junto a la muerte propia, es la muerte de su madre, y quizás, es el amor de la madre la experiencia que más acerca al encuentro personal con Dios.

No en vano desde la cruz, muriendo por todos nosotros, por amor, este hijo, Jesucristo, nuestro hermano mayor, nos recomienda a su madre y a su vez le dice a ella que nosotros somos sus hijos.

En ella tendremos la maternidad amorosa de nuestras madres siempre viva; por eso en la exhortación ‘Amoris Laetitia’, sobre la familia, el hogar y el amor de los esposos, el del padre y la madre; el Papa afirma que Dios tiene un sueño que pasa a través de la familia y que nosotros sabemos muy bien que se hace realidad en esa entrega protectora y amorosa de la madre que, como lo dice Jesús en el Evangelio, quiere reunirnos a todos, como la gallina debajo de sus alas.

Erich From, Leo Buscaglia y tantos pensadores nos reviven la experiencia amorosa de la madre cuando nos hablan de esa alegría que sentíamos cuando pequeños al regresar de la escuela y percibir a la distancia su presencia, por la calidad del humo que salía por la chimenea. Allí veíamos que en la cocina se encontraba ese ser querido preparando nuestro almuerzo cuyo ingrediente maravilloso se expresaba en la deliciosa sopa de minestrone, resultado del amor que busca en la nevera lo último del mercado para satisfacer el hambre de sus hijos.

También nos hacen recordar cómo el miedo a salir de uno mismo, o de amar, se perdía en la dulzura de los abrazos de la madre y el calor de su regazo que era entrega sin condiciones.

Victor Hugo decía: “Los brazos de la madre están hechos de ternura, y los niños duermen profundamente en ellos”. Mientras Abraham Lincoln afirmaba: “Todo lo que yo soy o espero ser, se lo debo a mi madre”.

En muchos textos, la Sagrada Escritura nos narra de una manera maravillosa la importancia de la mujer cuando es esposa, madre, compañera, hija: “Mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Su valor supera en mucho al de las joyas. Ella trae bien y no mal. Ella vigila la marcha de su casa. Engañosa es la gracia y vana la belleza. Pero la mujer que teme al Señor, será alabada (Ns 31 y ss).

Esta escena de la canción de Charles Aznavour, fallecido en estos días, y que a partir de su experiencia personal con la muerte de su propia madre, por el año 57, escribió esta famosa canción que algún día nos tocará el corazón y sonará en lo profundo del alma:

“Ya están aquí, llegaron ya
a la llamada del amor.
Está muriendo la mamá...
Todos se turnan en cuidarla
en atenderla y abrazarla…
Todos te rezan con fervor
y entonan el Ave María…
Tanto recuerdo y tanto amor…
Tanto suspiro, tanto dolor
alrededor de la mamá
que jamás, jamás, jamás
jamás nos dejará”.
Adiós a la mamá.