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Vade retro, Monseñor

Buenos días padre. Aunque Dios y usted ya tengan noticias, le escribo atendiendo el llamado epistolar que abrió al pedirme que rectificara la columna que publiqué bajo el título Los Pecados de Monseñor.

11 de marzo de 2020 Por: Jorge E. Rojas

Buenos días padre. Aunque Dios y usted ya tengan noticias, le escribo atendiendo el llamado epistolar que abrió al pedirme que rectificara la columna que el año pasado publiqué bajo el título Los Pecados de Monseñor. El día que me notificaron, supe que usted me leía fervorosamente. Entonces en el fondo, muy en el fondo, me mortifiqué pensando que desde esa ocasión espera por mí.

Pero ya sabe que una cosa es la que quiere el siervo y otra la que dispone la llanura. Primero estuvo el tiempo de la justicia terrenal, incluyendo su bendición para que apelaran el primer fallo; así que solo hasta ahora, cuando el Tribunal Superior ratificó la improcedencia de su solicitud, le puedo responder por aquí: lamento profundamente que lo nuestro no pueda ser como lo sueña.

De veras lo siento. Haberlo puesto en vueltas de abogados me resulta perturbador suponiendo todo lo que debe rondar su cabeza, atribulada por el eco diario de los fieles rogando por esta ciudad en apocalipsis. Además de los problemas de cuna que revientan las calles, ahora están los de aquella patria despojada que sigue cruzando la frontera para resguardarse del hambre bajo la sombra de nuestros semáforos.

Así que imaginarlo disponiendo tiempo divino para dedicarse a la pequeñez de mi opinión, francamente me flagela. Hay veces, como hoy, que despierto pensando en cuánto pudo costarle a la Iglesia el trámite legal de esta bobada. Y la pregunta me da vueltas y vueltas como penitencia incumplida. ¿Para cuántas esquinas alcanza eso en limosna, padre? ¿Cuántos panes se compra con eso?

Desde el extravío donde elijo ver el tiempo pasar, la situación me parece un poco mucho. De haberme hecho saber que mis palabras lo habían herido, voluntariamente me habría afanado en escribir la reparación que hiciera falta. Soy demasiado María-Magdalena como para andar de Poncio-Pilatos poniendo cruces encima de la gente, si es que cabe la comparación bíblica.

Pero los caminos del Señor son misteriosos y ya que usted eligió esta ruta, debo confirmarle que sigo convencido de lo que escribí en esa columna que tanto le talló. Puede que haya sido excesivo en los lazos familiares que recordé, pero la Justicia no encontró nada impreciso en mi memoria. Así que vade retro. No hay rectificación.

Y se lo digo también de esta manera previendo entusiasmos futuros: la Ley puede ordenarme escribir misa en latín pero yo no voy a cambiar mi forma de pensar sobre Dios y quienes posan como sus intermediarios de este lado de la vida. A mi modo de ver, su jefe en las alturas no aprueba la franquicia que uniforma a los sacerdotes con tanta sotana y tanta pompa y tanto brillo. Dios no es cómo lo pintan en los escapularios, no tiene barba, no usa báculo, no va en sandalias. Ni siquiera es uno solo.

Por consiguiente entenderá lo que creo del diablo que a ustedes asusta. Pobres diablos. Así que por los clavos de Cristo, no bote más plata de los diezmos intentando defensas inútiles. Al menos conmigo. En la calle, padre, afuera de las iglesias, en los semáforos, en los hospitales, queda gente que aún le cree. O eso imagino.

Demuéstreles a ellos que su Dios con bufete de abogados, también puede alcanzarlos.