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Muerto a muerto, el Cauca se sigue extendiendo como fosa y este domingo recibió a uno de Los Avelinos (asociación indígena que participa de la coordinación de organizaciones populares en ese lado del país).

5 de noviembre de 2019 Por: Jorge E. Rojas

Muerto a muerto, el Cauca se sigue extendiendo como fosa y este domingo recibió a uno de Los Avelinos (asociación indígena que participa de la coordinación de organizaciones populares en ese lado del país). Se llamaba Jesús Mestizo, y sus señas particulares incluyen la visibilidad que tuvo durante el paro indígena que bloqueó el Suroccidente durante 27 días, en un convulso reclamo al Estado por plata y tierras, finalizando el primer trimestre del año. Los Avelinos, de los que Mestizo fue fundador, se han opuesto a la minería y en general a las mafias que cada vez ostentan más poder territorial en ese departamento, aun a pesar de los pomposos batallones de alta montaña y de la noble pero impotente guardia indígena.

Sin embargo esta vez, otra seña particular distinta al activismo social podría estar relacionada con su asesinato. El hombre vivía en la vereda Vichiquí de Toribío, es decir una de las puntas del ‘triángulo de oro’ que ese municipio conforma junto a Miranda y Corinto, en la producción de marihuana tipo exportación. Desde hace unos años aquella porción de tierra es reconocida así por ser una despensa interminable de la yerba, que allí crece con estándares que el mercado celebra y paga como joya. De modo que quien se atraviese en el flujo del negocio, se estará cruzando con los narcotraficantes que hoy son dueños de 17.000 hectáreas de cultivos, por supuesto no concentrados en un solo lugar, sino salpicándolo todo. El domingo en la noche, poco antes de que pudiera llegar a su casa para encontrarse con su mujer y su hija, a Mestizo lo interceptaron hombres armados que lo acribillaron a tiros de fusil. Ese mismo día, en Tacueyó, atentaron contra Arbey Noscué, coordinador de la guardia indígena. Un día antes allí mismo habían matado a Alexánder Vitonás Casamachín, un chico de 18 años. La semana pasada fueron dos masacres. ¿Cuántas más alcanzaremos a contar?

Esta es una guerra perdida. Con la gente en el medio y una economía que en las montañas tiene por moneda de cambio valores que se pesan en báscula, no hay posibilidad de maniobra institucional sin que todo termine en genocidio. La situación del Cauca no admite diálogos porque no existe el interlocutor; ya no es la guerrilla, que al final tenía una cabeza, sino que ahora todo depende del descerebrado de ‘Mayimbú’, desertor del sexto frente de las Farc y hoy líder de la columna disidente Jaime Martínez, que fue la que ejecutó a la candidata a la alcaldía de Suárez Karina García, en una matanza que se llevó a otras cinco personas. ‘Mayimbú’ actualmente es el patrón de las rutas que atraviesan el Naya para sacar droga hasta el Pacífico. Por eso pelea con alias Barbas, que tiene bajo su control a los mercenarios disidentes de la columna Dagoberto Ramos, y varios laboratorios de procesamiento de cocaína. Ambos quieren lo mismo. Solo que ‘Mayimbú’ ya es socio del Cartel de Sinaloa.

Pongámoslo en claro entonces: en el Cauca no están persiguiendo a las comunidades indígenas, sino a quienes atenten contra los intereses del narcotráfico. ‘Mayimbú’ comenzó con la estrategia desde el año pasado, cuando mató a la argentina Mónica Berenice Campo, guía del ‘tour de la cannabis’ que solía pasear mochileros europeos y rubios curiosos por algunos sembrados suyos. Hasta que no lo vio conveniente para el negocio y tal vez, como ahora, quiso enviar un recordatorio de sus alcances en lenguaje universal. This is Colombia, not Columbia.