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Puro Corazón por Cali

¿Quién autoriza un desalojo en el fin del mundo? ¿Quién tiene el corazón? ¿Quién tiene toda esa pureza latiendo en el pecho?

7 de junio de 2020 Por: Jorge E. Rojas

Hay que tener mucho corazón para autorizar el desalojo de gente sin techo en medio de la pandemia. Mandarles el Esmad, cargado de gas pimienta y perdigones. Mandar retroexcavadoras. Todo a la madrugada.
Que rompan la noche, que asusten aún antes de que empiece la ejecución del miedo. Hay que tener mucho corazón para darle la orden a esa jauría. Levantar el pulgar para que arrollen mujeres en embarazo, niños, perros, una familia indígena, ancianos. Da igual. Me imagino que era urgente recordarles que alguien manda. Y que tiene Puro Corazón por Cali.

Con el apocalipsis cuajando sobre el cielo del mundo, el pasado 16 de mayo el Esmad llegó a la cresta de Siloé para arrancar un asentamiento de 75 familias sembradas en la antigua gallera, un lote abandonado de entre Betania y Casa Grande. Aunque se supone que estaba avanzando una conversación entre ellos y el Municipio, aunque se supone que algunas personas ya habían acordado dejar el lugar, el comando del horror actuó en coincidencia con sus hábitos públicos: empujaron, quebraron, putiaron, dispararon, y luego tumbaron los ranchos a patadas. Desde el eufemismo oficial aquello fue una “retoma”. Desde donde yo lo veo, una mezquindad del tamaño de una montaña.

Yendo quince años hacia atrás, entiendo que la Alcaldía negoció ese lote para desarrollar allí un proyecto habitacional que se quedó en intenciones. Porque en todo ese tiempo nada pasó con la tierra. Tampoco fue ocupada, ni parcelada, ni revendida. Pero a raíz de la crisis que desanudó el Covid, gente que dependía de la cotidianidad en las calles y que se fue colgando con la parálisis, que se fue quedando sin plata para el arriendo, sin plata para la comida, sin lugar, un puñado de esa gente terminó organizándose en la antigua gallera para intentar sobrevivir al borde del precipicio. Entre esa gente está la familia Wounaan de la mayora Dora Ocuá García, que antes ya había dejado las selvas del Chocó aterrorizada por las Farc. Es solo un dato de color. Finalmente un desplazado puede desplazarse otra vez. Y otra vez. Y otra vez. A nadie le importa.

Para el desalojo subieron dos escuadrones del Esmad, armados también con bombas de aturdimiento. Hay videos donde se escuchan los estallidos. Y otros que muestran las ruinas: expulsada la gente prendieron fuego sobre la tierra, sobre los plásticos que sirvieron de paredes a los ranchos, sobre todo lo que se quedó tirado en el afán. Lo quemaron como quemando una plaga. A pesar de que la invasión va en contra de la Ley, y poniendo sobre la mesa que no intento una mala apología al espíritu ‘okupa’, ¿qué urgencia tenía ese desalojo? ¿Era de verdad impostergable? ¿Cuál era la idea? ¿Echar 300 personas a los andenes? ¿En serio?

En uno de los tantos videos que dan vueltas registrando los excesos, aparece David Gómez, reconocido líder comunal, contando que ese día a Casa Grande no subió el Icbf, ni la Procuraduría, ni la Personería. Nadie que velara por sus derechos humanos. Solo el Esmad con toda su fuerza, dice. Hay evidencia de niños heridos por los perdigones. Ese es el abuso policial, dice. David va vestido como siempre: con un sombrero pescador que lleva el nombre del barrio impreso al frente. La O de Siloé es un corazón. A su alrededor solo se ven escombros. Camastros. Guaduas rotas. Tablones. Cenizas. Lágrimas. Humo saliendo del suelo… ¿Quién autoriza un desalojo en el fin del mundo? ¿Quién tiene el corazón? ¿Quién tiene toda esa pureza latiendo en el pecho?