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La fotico

Hace tiempo escuché de alguien que tenía una teoría de la premonición....

10 de marzo de 2014 Por: Jorge E. Rojas

Hace tiempo escuché de alguien que tenía una teoría de la premonición. Era una profesora de preescolar que no conocí en persona, pero de la que me hablaron por lo que dijo de una foto. La foto era una de esas fotos tamaño carnet, como las que antes se sacaban en los almacenes de fotografía dotados con esas cabinitas donde uno rara vez alcanzaba a ver quién estaba del otro lado de la cámara.En la foto aparecía un niño, Juan José: pelo liso y erizado, las mejillas salpicadas de pecas diminutas, pestañas gigantes, sonrisa que no cabía en el papel. La profesora, al ver la foto, vaticinó su felicidad. Dijo que lo había comprobado muchas veces en su trabajo, que cuando un chico aparecía sonriente en una fotico de esas, tomada por alguien que no conocía, quizás a través de una cabinita tétricamente angosta, el reflejo de ese gesto permitía ver todo lo otro que no alcanzó a mostrar el lente.Porque si el niño, metido en esa caja, podía sonreír, era porque aquello no le resultaba desconocido. Y esas eran condiciones difíciles para pedirle a un niño de cuatro años que sonriera: la banca incómoda de la cabina, la luz neón estallando de frente, la voz extraña que lo congelaba antes de congelarlo: a la izquierda, no tanto, la mirada al centro, cumbamba arriba, párpados abiertos, mirando el pajarito, click.Mucho antes de conocer los resultados de las elecciones, pienso en esa teoría de la premonición mientras repaso la publicidad de varios candidatos. Trato de ver si puedo advertir en ellos algún gesto oculto que me hable de su felicidad primera, de su inocencia. Pero como no es posible, intento comprender por qué tantos de ellos coincidieron con muecas parecidas frente a la cámara. Porque al menos a mí, tanto candidato promocionándose a través de fotos en las que sus versiones menos pixeladas quedaron mirando hacia el horizonte, me parece raro. Esa mirada perdida en el vacío, los ojos apuntando al más allá, me generan una cosa extraña, mala espina. ¿En qué pensaban cuando estallaba el flash? ¿Planeaban todos algo al mismo tiempo?Aunque quisiera creer que hubo videntes capaces de apuntar sus ojos hacia lo que será un mejor tiempo, los antecedentes de lo que ya han hecho o de lo que han hecho sus familiares o de lo que han hecho sus compinches, convirtieron varias de esas fotos en malos presentimientos inmortalizados en vallas y afiches. Porque ahora que los veo una última vez, siento que lo que algunos tratan de divisar a lo lejos no es un mejor futuro, sino un plan de fuga. Que esas miradas no son las de marineros que buscan llevarnos a tierra firme, sino la de piratas que solo piensan en cómo llevarse el botín, en cómo saltar del barco junto a todas las ratas.Hubo otros, claro, que miraron de frente. Algunos sonrientes, con el pulgar erguido. Hubo quienes decidieron posar con gente. Gente que conocieron a través de photoshop, muñequitos que pidieron tener al lado como si la construcción del país también funcionara de la misma manera: quitando y poniendo. Y hubo otros, por supuesto, que utilizaron cualquier artimaña: una foto de Falcao, una de Messi, cualquier cosa posible con tal de hacer parecer cierto lo que todos sabemos tan imposible. Por ejemplo volver a creerle al tipo que insiste en posar con la mano derecha apretando algo en su pecho que él jura es el corazón.Aunque en esta ocasión -y cada vez más- los políticos están expuestos a mayor fiscalización, aunque existen mecanismos y grupos de gente dedicados a hacerle seguimiento a sus propuestas y promesas, yo veo las foticos y no consigo evitar la revoltura. Pienso en la foto de Juan José, ese niño hermoso, en la puntería de su profesora que adivinó la verdad de su felicidad. Pienso en él, que ya no vive en Colombia. Pienso en qué pasará cuando crezca y regrese. Pienso si uno de esos piratas será capaz de robarle la sonrisa, entre otras cosas. Ojalá me equivoque. Finalmente yo solo soy periodista y nada sé de premoniciones.