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La Cali de @villamizar

Llevo tiempo anhelando ver la ciudad que el secretario de Seguridad, Andrés Villamizar, muestra a través de Twitter.

4 de junio de 2019 Por: Jorge E. Rojas

Llevo tiempo anhelando ver la ciudad que el secretario de Seguridad, Andrés Villamizar, muestra a través de Twitter. Este primero de junio, para no ir tan lejos, saludó anunciando que el viernes no hubo homicidios y que así sucedió durante tres días más de mayo, por lo que en consecuencia el mes cerró como el menos violento en la historia reciente de Cali. “Seguimos avanzando!”, concluyó con un signo de admiración.

Luego posteó un gráfico con la evolución de los homicidios en todos los meses de mayo, desde 1993 a la fecha, para resaltar que el más violento de todos fue el del 2004, cuando en las calles terminaron asesinadas un promedio de seis personas por día, para totalizar 197 crímenes. En contraposición, “el mejor resultado” es el recientemente obtenido, con 88 muertos. “Todavía son muchos pero la mejoría es notable”, escribió acompañando la estadística.

En esta particular ocasión, al intentar ver la Cali de @villamizar por el mismo retrovisor que utiliza para sus comparaciones, el reflejo no me alcanza. Para empezar porque el momento actual no es equiparable con otro, y muchísimo menos con el que cita. Teniendo el espejo ajustado a toda la realidad, habría que recordar que hace quince años la ciudad sobrevivía a una de sus épocas más convulsas por distintos motivos: entre el 2001 y el 2004, por ejemplo, estaba hirviendo el duelo asesino entre ‘Don Diego’ y ‘Jabón’, jefes del cartel del norte del Valle que nutrían sus ejércitos con el reclutamiento de menores sacados del Distrito de Aguablanca y otras orillas del abandono.

En ese periodo, cuando la Policía llegó a establecer la existencia de 35 estructuras sicariales al servicio de los capos, y oficinas de cobro asentadas en distintos barrios del oriente caleño, fueron contadas nueve masacres en la ciudad, en su mayoría relacionadas con la disputa narcotraficante. Y a esa ecuación se suman las Farc, en pleno ejercicio del poder, más Uribe del otro lado. De modo que ahora, con la guerrilla desmovilizada, ‘Don Diego’ extraditado, y ‘Jabón’ bajo tierra, salir a realzar un inventario con casi la mitad de crímenes que cuando todo aquello vivía, ¿no es un poco mucho?

No es por desanimar a nadie, ni por atentar contra la bandera del optimismo que tan románticamente hondea junto a los trinos, pero este mes que acaba de pasar fue todo menos apacible, al menos para mí, que lo veo más allá del twitter del Secretario. Para relacionar solo casos mediáticos, el 21 de mayo, a las 8 y 50 de la noche, abrieron fuego contra el exdiputado Sigifredo López cuando iba por la Calle Quinta, a la altura de la Biblioteca Departamental. Aunque las autoridades, rápidas, lo explicaron como un intento de robo, Sigifredo sugirió todo lo contrario: “Contamos trece impactos en el carro, la mayoría de ellos a la altura de mi torso. Además estábamos en medio de un trancón, ¿quién se roba un vehículo en esas circunstancias?”, se preguntaba el exdiputado un día después.

El fin de semana del Día de la Madre mataron a diez personas; una más que el año pasado, de acuerdo con el registro que en su momento dio a conocer la Policía Metropolitana, tal como recordó el periodista Fransua Martínez con un trino. Claro que luego salieron a aclarar que aquella vez no quedó incluido el lunes festivo en el conteo. Y así pues, este año redujeron los asesinatos. ¿No es todo esto un poco mucho? ¿De qué nos sirve dejar de ver la realidad?

No de ahora, sino desde hace demasiado, Cali da vueltas en el torbellino de la violencia sin hallar la manera de salir. La fórmula, sin duda, no es ninguna de las que hasta ahora han aplicado. Y tampoco es la del fatalismo, obviamente. Pero si alguna vez queremos reconstruirnos en serio, necesitamos saber en dónde estamos parados a ciencia cierta, sin maquillaje, ni pajaritos volando en 280 caracteres. Aunque haya quien trine de rabia al leerlo, aceptemos que hoy nos encontranos muy al fondo como para seguirnos proclamando sucursal de algún cielo.