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El Profe, el gerente de Indervalle, Dios y un nuevo celular

El hombre es un multiplicador de esperanza en algunas esquinas donde el término significa vacío.

19 de julio de 2020 Por: Jorge E. Rojas

Karina Parra, una periodista sensible y comprometida que trabaja con Indervalle, me contó hace dos semanas que el gerente, Carlos Felipe López, se había enterado de la situación del profe Biojó y quería entrevistarlo. Entonces el anuncio puso muy feliz a ese hombre, que tiene una sonrisa blanca y sin remordimientos.

Luego el Profe se puso todavía más contento porque un exalcalde lo buscó para regalarle un celular, de manera que los mensajes ya le entran sin problema al teléfono. Y las llamadas.

Con el teléfono nuevo, el Profe hizo un video mostrando un entrenamiento que dirigió con algunos de los chicos de su proyecto deportivo, ‘Talentos Fútbol Club’: seis-ocho pelados de Potrerogrande repitiendo secuencias de reacción y velocidad en una cancha, y luego haciendo rodar la pelota. Pudieron faltar protocolos y todo el distanciamiento del caso, pero el esfuerzo por tratar de mantenerlos cerca tiene justo el valor de sus vidas. Porque en esta capital de la Ivermectina, donde disminuyen los piojos pero aumentan los homicidios en cuarenta, la cura para la muerte evidentemente no la tiene el médico del CAM.

Y es obvio que tampoco la tiene el Profe. Pero el hombre es un multiplicador de esperanza en algunas esquinas donde el término significa vacío. Hace unos años, cuando tuvo trabajo estable por un tiempo, el Profe alquiló otra casa en Potrerogrande que durante unos meses, es decir, hasta que pudo sostenerla, la tuvo funcionando como sede del equipo. Antes y después de jugar, ahí reunía a los pelados. Antes y después de jugar ahí entre todos abrían conversación. Casi siempre eran charlas relacionadas con el juego. Cosas para mejorar. Ejercicios por pulir. Otra veces las charlas giraban alrededor de cosas que habían visto en la tele, en esos partidos majestuosos de estadio europeo donde el fútbol resulta una dimensión mágica, que convierte a niños pobres y diminutos como pulgas en gigantes multimillonarios. Así que en otras ocasiones, en muchas ocasiones, terminaban hablando de la vida real a través de un necesario aterrizaje forzoso guiado por el Profe. Viéndolo desde ese ángulo, tal vez podría decirse que su oficio quizás no estuvo nunca en las lecciones futbolísticas que les compartió a los muchachos, sino que su trabajo, el trabajo al que se ha dedicado desde hace once años, ha sido el de ayudarlos a soñar con los pies puestos en la tierra.

Adentro, esa casa, la sede, no tenía casi nada. Algún tablero para explicaciones tácticas, un pequeño arrume de balones sin aire, rudimentos artesanales de acondicionamiento físico, y poco más. Así que todo lo que les llegaba les servía, desde una pelota playera hasta una silla rimax. El Profe soñaba con que ese lugar pudiera convertirse en un albergue transitorio para sus chicos, que tantas veces se quedaban sin sitio para dormir, cuando sus padres se quedaban también sin un techo para la familia, o simplemente cuando el destino les giraba a la inversa, como es tan común. Quería tener unas camas ahí, una nevera, sabanas, cobijas. Pero el sueldo nunca se le estiró para tanto.

El Profe tiene cuatro hijos. Está casado con Diana Aragón, pero Diana tiene graves problemas de tiroides que la obligan a pasar largos periodos en cama. Hace tiempo perdió uno de sus ojos por la enfermedad. El menor de los niños tiene ochos años y cuando sea grande, dice, quiere ser como el Profe. Casi siempre que hablamos, el hombre dice que su dios es grande. Que no le suelta la mano. Es tan grande, me dijo la última vez, que ya le dio un teléfono nuevo (el número, por si alguien lo necesita, es 323 4704834).