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Dispare

Andrés, no le pido que me conteste. No creo que sea tan...

9 de diciembre de 2013 Por: Jorge E. Rojas

Andrés, no le pido que me conteste. No creo que sea tan hombre. Y no voy a excusarme por llamarlo así, Andrés, en vez de señor París. Porque para mi usted es todo menos eso, señor. Además usted, tan acostumbrado a los alias, no creo que vaya a poner problema ¿O sí? Bueno, el asunto es que no espero que me conteste a mi. Pero si a la gente. A los engañados, a los crédulos, a los inocentes que confían que ustedes, asesinos vestidos de negociadores, en realidad estén haciendo algo por la paz de este país. A pesar de que ya lo hice alguna vez, sigue siendo raro para mi escribirle públicamente a alguien que no conozco. Pero ustedes, pobrecitos guerrilleros, tienen cuenta de Twitter y página web. Así que supongo también tendrán gente detrás de eso. Esa es la razón por la cual le escribo por aquí: quizás ellos también tengan dedos entrenados para dar clicks con la misma puntería que sus secuaces encargados de jalar el gatillo en las montañas de Colombia. Así que tengo la esperanza de que alguno de esos francotiradores haga la tarea y le reboten esto para que lo pueda leer allá, en la comodidad de La Habana, mientras se fuma un puro y se toma un trago de ron. Aunque lo dudo, ojalá lo incomoden mis palabras.Porque estamos esperando respuestas, Andrés. No un puñado de colombianos, sino millones. Millones que, como yo, están cansados. Hartos de las excusas, de la retórica absurda de sus discursos, de sus contradicciones, de sus mentiras, de su sarcasmo. Hablo por ellos y por mi, que llevo años yendo al campo, hablando con gente que ha sido víctima de la guerra. Hablo por mi, que he conocido a decenas de viudas y huérfanos y padres y abuelos y chicos extraviados en las calles porque ustedes, con sus bombas, sus ataques sin brújula, sus cilindros cargados de metralla y mierda, los han sacado de sus casas; los han expulsado del campo, obligándolos a vivir en un país donde el sol es un semáforo y los ríos son el agua vomitada por las cañerías. Claro, también lo han hecho los paracos, los traquetos y el olvido estatal, todos igual de asesinos. Pero hoy tengo una buena razón para detenerme en usted y sus compinches (no hablo de los traquetos):Acabo de leer su interpretación sobre lo que hicieron sus hombres del Sexto Frente. Los nueve muertos y los 43 heridos que dejaron en Inzá (Cauca), han sido definidos por usted como “una acción que hace parte de la confrontación que se desarrolla en nuestro país. Una acción armada que podemos tipificar dentro de un asalto a una fortificación militar-policial”. ¿Acción armada? ¿Asalto a una fortificación militar? Andrés, lo que ustedes hicieron fue una matanza. ¿A quién le estaban disparando los policías de ese pueblo? Lo que hicieron sus hombres fue una carnicería, otra más de las brutalidades a las que ustedes nos tienen acostumbrados. ¿Por qué no llamar las cosas por su nombre? ¿Por qué no aceptan de una buena vez su bestialidad y ponen al fin las cartas sobre la mesa?Si cree que estoy exagerando voy a contarle algo. Quizás le sirva para acompañar mejor su ron, a usted que le gusta la sangre: una de las víctimas de la masacre es un hombre de cincuenta y pico de años. Se llamaba Ovidio y el sábado se había quedado hasta tarde arreglando sillas, cosas que habían quedado de la celebración de unos grados que festejaron en el pueblo. Cuando los guerrilleros activaron el carrobomba, con esa hombría característica de sus ataques, Ovidio se estaba subiendo a una chiva. Su cuerpo, ajeno hasta ese momento a la guerra, quedó partido en dos. En dos. ¿Confrontación, Andrés? ¿Qué les hizo a ustedes ese hombre?Cuando empecé a hacer estas columnas, Andrés, déjeme que le cuente, mi intención era escribir de todo eso que no aparece en las páginas de opinión de los diarios: gente de carne y hueso, historias, dolores, alegrías que no alcanzan a ver las cámaras fotográficas. Pero hoy tengo mucha rabia. Y no puedo escribir desde otro sitio que no sea ese. Es lo único que sé hacer. Lo único que puedo hacer. Y aunque parezca inútil, ahora que llego al final, siento que algo de esa rabia ha quedado aquí exorcizada. Pedir una respuesta de esta manera es mi respuesta a lo que ustedes hacen y no entiendo. ¿Puede usted darme una? Dispare, Andrés. Dispare.