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Cuatro pinches perros

Por más cruel que suene, cualquier abuso animal hace parte de los límites de la civilización que nos permitimos por estos lados.

25 de febrero de 2020 Por: Jorge E. Rojas

Las supuestas autoridades ya estaban advertidas. Les dijeron que en ese mordisco que deja la 25 bajo el puente de la Tercera Norte, había un campamento de habitantes de la calle dedicado a robar perros y mascotas de las que se sirven para su monetizable y diaria puesta en escena de la conmiseración. Existirá quien lea todo aquello como consecuencia de la miseria, pero la lógica se pregunta: ¿Si raptan un bebé para pedir limosna, habría entonces que entenderlo?

Este pequeño lugar que tan suntuosamente siguen promocionando como sucursal del cielo, es un desastre del que todos pontifican pero que convenientemente nadie ha sabido conjurar: inequidad, corrupción, mafias, traquetos, patrones, policías vendidos y políticos baratos, para no alargar mucho la enumeración. Lo más bello es que aunque nunca pasa nada, institucionalmente siempre se juran trabajando en todo. El sábado anterior, cuando un grupo de mujeres llamó al cuadrante de la Policía para denunciar que varios perros presuntamente robados permanecían cautivos a la sombra del puente contiguo a la Terminal, la primera respuesta de quienes se encargan de defender la Ley gracias al salario pago por nuestros impuestos, fue que el trámite no era de su correspondencia.

Para no extender el absurdo, el intendente Zorrilla, ya vitalicio comandante de la Policía Ambiental, terminó intercediendo telefónicamente para que los agentes acudieran a la queja con tal de que al menos disminuyera la histeria de las señoras. Pero la denuncia terminó convertida en un culebrón marca Topacio, con un niño que salió llorando del puente reclamando propiedad sentimental sobre uno de los perritos con los que comparte el cinturón de la cónchale-vale explotación.

Así que después del alboroto las cosas siguieron más o menos en el mismo lugar. De acuerdo con una de las denunciantes, al menos a uno de los perros pudieron sacarlo negociando su rescate en efectivo. Pero se quedaron amarrados un pitbull blanco, un french poodle, y otros dos. Según sus palabras, lo que permanezca palpitando en esa penumbra será en todo caso un cálculo.

Por más cruel que suene, cualquier abuso animal hace parte de los límites de la civilización que nos permitimos por estos lados. Nada nos extraña. Nada nos escandaliza. A las afueras de Unicentro y Chipichape, la venta de cachorros se mantiene a pesar de las reiteradas denuncias que la asocian con criaderos clandestinos y redes de hurto. Lo que pasa es que de camino al centro comercial, después de tantos años ya no la vemos, o ya no la miramos más. Son de esos imposibles que aquí caben: un negocio de semejante tamaño funcionando bajo las narices de todos. Puentes que engullen perros. Policías cuyo trabajo es no ver.

Sistemáticamente estamos podridos. En este enero que acaba de pasar, 91 personas fueron asesinadas en las calles sin que eso realmente le interesara a alguien más que a sus dolientes directos. Los muertos habrían podido ser el doble y todos habríamos seguido tan campantes con nuestras cosas. El año pasado ocurrieron más de mil asesinatos alrededor. Mil ciento catorce, para ser exactos. Pero nuestra humanidad estaba seguro muy ocupada con inventarios más urgentes, ¿no? ¿Qué importancia van a tener ahora cuatro pinches perros, señora..?