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La primera vez que hablamos, hace unos once o doce años, Áymer...

21 de abril de 2014 Por: Jorge E. Rojas

La primera vez que hablamos, hace unos once o doce años, Áymer Álvarez me lanzó una caja de preguntas apenas pudo. Yo empezaba como periodista y ambos viajábamos hacia alguna parte para hacer un trabajo: ¿Usted con quién vive? ¿Y su mamá no volvió a casarse? ¿Usted por qué estudió esa carrera? ¿A cuál de los dos le cree, a Samper o a Pastrana?Dependiendo de la respuesta, de lo que hubiera en la respuesta, él empezaba a contar cosas que le habían pasado o que había visto en algún lugar de Colombia. Así que de pronto Áymer podía estar hablando de una foto que hizo en la zona de distensión de El Caguán o de la vez que le tocó fotografiar a Popayán en ruinas o del día en que pudo ver ese río triste que partía en dos la personalidad selvática del maestro Jairo Varela para haberle hecho esa foto en la que aquello quedó congelado en los ojos del músico. ¿A usted le gusta la salsa? ¿Sabe bailar o es rockero? ¿Su abuelo escuchaba tangos?Con el paso del tiempo, entre idas y vueltas, yo también terminé conociendo su historia. A veces sin hacer preguntas, sino por los giros que daba la conversación, supe de sus orígenes campesinos, sus días en la escuela, el bar que administró en el norte del Valle siendo todavía un muchachito. Supe también de su arrojo para dejar el pueblo, del primer trabajo que consiguió como mensajero y de la vez que su jefe le preguntó si sabía dónde quedaba el Batallón Pichincha y él, todo ansioso por demostrarle que no se había equivocado contratándolo, arrancó en bicicleta, con una batería de carro al hombro, desconociendo que en esa época el batallón quedaba en la última orilla de Cali y que tendría que pedalear hasta que cayera jadeante para cumplir con el encargo.Hubo días en que buscando alguna historia, la de una manada de búfalos mansos en una finca del Valle o la de gente que ya no cree en los temblores de un volcán al sur del país, también lo escuché hablar del día en que por confiado le robaron la bicicleta, del trabajo que tuvo vendiendo repuestos de carro, de la promesa de matrimonio que le hizo a su esposa, la primera moto, su primera cámara. Y de cómo en esa moto empezó a ir de un lado a otro tomando fotos, para contestar con imágenes las preguntas que todo el tiempo hacía su incertidumbre de reportero: ¿Por qué está calle sigue rota? ¿Por qué no han terminado este puente? ¿Por qué se desborda ese río? En esa moto llegó a un día a las puertas de este periódico para dejar unas de esas fotos. Si la memoria no me falla, bastaron un par de venidas más con otras fotos para que ya nunca dejaran que ese reportero gráfico volviera a salir sin un contrato firmado.Trabajar con él ha sido uno de los tantos privilegios que a mí me ha permitido este oficio. A veces, en medio de una entrevista, es posible verlo tirado en el piso buscando un ángulo impensado para ilustrar lo que está escuchando. O a veces, cuando en medio de una entrevista ya no se escucha nada, él saca una pregunta imposible que empuja una respuesta inesperada: ¿Y usted, qué piensa cuando ve a esos políticos en televisión? Yo, señor, no tengo televisión. Algo así, un diálogo así, puede suceder entre él y un personaje. Y luego todo eso, las historias de ese hombre y ese fotógrafo, quedar fundidas en una misma foto que hablará de sus pequeñas luchas y de sus preguntas incontestables. En los más de 30 años que lleva de reportero, la puntería de su mirada ha sido distinguida con decenas de premios de periodismo que él ha recogido aquí y en otros países. Así que usted, señor lector, probablemente ya habrá visto el país contado por los ojos de ese hombre. El país del abandono y la penumbra, pero también el de la pujanza y la lucidez. Hace dos semanas cumplió 60 años y me cuentan que va a empezar trámites de jubilación. Yo me resisto a pensarlo. A pensarlo lejos de una cámara y de este oficio. Suponer aquello es suponer que este país, donde pasan cosas tan espantosas y a la vez cosas tan bellas, va a perder un par de ojos que desde hace mucho se ocupan de ver todo eso. Lo que no todos ven. Lo que ese hombre, fotógrafo de almas, sabe ver tan bien.