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El Mono. Hace más o menos nueve o diez años, esas tres...

9 de febrero de 2015 Por: Jorge E. Rojas

El Mono. Hace más o menos nueve o diez años, esas tres sílabas llegaron a tener tufo de leyenda callejera entre muchas de las esquinas y semáforos de Cali. El Mono, entonces, era un comerciante del desplazamiento que se dedicaba a traer a la ciudad familias desterradas del Cauca y el sur de Colombia: Nariño, Caquetá, Putumayo. Al parecer muchas de sus víctimas fueron indígenas.La oferta era igual para todos: después de transportarlos hasta acá (la leyenda incluye un camión), los instalaba en inquilinatos del centro y luego les mostraba las esquinas y semáforos donde podrían vivir de la limosna mientras gestionaban ante el gobierno la ayuda que por su condición de desplazados les correspondía. La caridad resultaba tan buen negocio que de acuerdo con un censo realizado por la Alcaldía en el 2006, para ese momento, unas 3.600 personas sobrevivían de la mendicidad en Cali. No había pierde.Ilusionada con esta tierra prometida, la gente le entregaba al hombre lo poco que le hubiera quedado encima para pagar el favor del viaje. Al Mono también le decían ‘el señor de los anillos’. La leyenda cuenta que por esa época, 2005 tal vez, fue detenido por la Policía y pasó varias horas en un calabozo mientras las autoridades esperaban a que alguna de sus víctimas apareciera para denunciarlo formalmente. Como tantas, esta es una leyenda de final predecible: nadie se atrevió a hablar y tuvieron que soltarlo.Nueve años después, en una ciudad convertida en el hogar de 162.000 víctimas del conflicto, ya no caben más leyendas. Esta semana, en una entrevista que le concedió a este periódico, el asesor de Paz de Cali, Felipe Montoya, dijo que detrás de los 202 indígenas Embera Katío que hace dos años llegaron a El Calvario, supuestamente desplazados de Pueblo Rico (Risaralda), hay “avivatos”. La explicación que da tiene toda la lógica: “Se destinó un Centro de Desarrollo Infantil exclusivamente para esta comunidad y son las mismas mamás las que no llevan los niños, sino que los llevan a mendigar. Ellos vienen recibiendo apoyo económico de todo tipo por parte de la Unidad de Víctimas y la Alcaldía, pero siguen mendigando y eso lleva a pensar muchas cosas”. “Curiosamente la mayoría de población indígena que llega a ejercer labores de mendicidad llega directo a El Calvario”.Montoya dijo que el asunto es tan evidente que incluso fueron utilizados para la demanda que frenó el proyecto de renovación urbana Ciudad Paraíso, en una argumentación según la cual la comunidad indígena no había sido contemplada en el proyecto por lo cual debía replantearse: “Hay gente que está queriendo tomar a los indígenas como conejillos de indias para intereses distintos al retorno que ellos desean. Ellos no tienen que ver con Ciudad Paraíso, son una población flotante”. “Ellos (los indígenas) ya habían revocado un poder. La semana pasada, cuando dos líderes fueron a Pueblo Rico, se aprovecharon de quienes quedaban acá y no dominan bien la lengua y les pidieron firmar 44 poderes. Les está diciendo un abogado que les va a ayudar con el retorno. El retorno no lo hacen privados. Se están aprovechando claramente”.¡44 poderes! Si estos señalamientos llegan a quedarse siendo eso, apenas señalamientos, sería tan grave como lo que está pasando. Hay vidas en juego, ya murió una bebé. Entre los 202 Embera, quedan 62 niños con menos de 5 años. Ojalá esta no termine siendo otra leyenda de final predecible. Las autoridades tienen que encontrar a quienes se están aprovechando del hambre y el miedo. Quienes están detrás de todo esto no pueden ser avivatos, en eso se equivoca Montoya. Los avivatos no tienen cola larga, ni bigotes retorcidos, no se arrastran. Aunque decirles ratas no sería justo. No con ellas.