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Pregúntele a ellas por la sigla y el grafiti. A las chicas trans que los han padecido desde que dieron su primer paso en la calle. Pregúntele por los recuerdos que tienen vestidos de verde militar.

13 de septiembre de 2020 Por: Jorge E. Rojas

“La Policía llegaba con perros y caballos que te tiraban encima. Te ponían las esposas y te amarraban a las motos o a las rejas de las marranas (patrullas) y arrancaban: si se cayó y se arrastró, de malas. En la estación de La Flora, a las compañeras las amarraban a un árbol bajo un hormiguero bestial. En la estación de Alfonso López las amarraban de las vigas y les daban con tablas. Eso está reportado en informes que hemos entregado y hemos construido con Colombia Diversa (ONG). Hay compañeras que fueron arrestadas y de quienes luego no conocimos el paradero…”.

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Pregúntele a ellas por la sigla y el grafiti. A las chicas trans que los han padecido desde que dieron su primer paso en la calle. Pregúntele por los recuerdos que tienen vestidos de verde militar. Pregúntele cuántas cicatrices habitan sus cuerpos con nombre propio y número de placa.
Pregúntele qué sienten cuando en la noche su aliento queda entrecortado bajo la luz de una sirena. Pregúntele a ellas, que han existido perseguidas por ellos. Acorraladas por el pecado mortal de reconocerse. Condenadas por el delito de intentar la vida que les deja nuestra civilización binaria del hembra-macho. Castigadas por putas. Por bellas. Por no hacer parte de la caja de lego con la que algunos pobrecitos conforman los bordes de su mundo estrecho.

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“Creemos que ha pasado a partir de no querer reconocer quiénes somos porque les asusta mucho ese espíritu libertario que encarna un cuerpo travesti, que piensa y disfruta el placer como una posibilidad superior. Como sociedad, no nos gusta que la gente sea feliz, que sea libre. Esta es una sociedad mojigata, morronga. No estamos promoviendo que la gente se vuelva marica, solo estamos diciendo que quien quiera hacerlo por su principio natural, lo haga libre, sabiendo que su integridad no va a
ser violentada…”.

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En febrero del 2019 se lo pregunté al activista Pedro Julio Pardo, líder de Santamaría Fundación, una suerte de trinchera desde donde llevan tiempo largo dando la pelea por los derechos de la comunidad transexual en Cali. Acababan de publicar Memorias Travestis, un estremecedor mapa del exterminio al que habían sido sometidas durante los últimos catorce años a lo largo y ancho del Valle del Cauca: de los 87 asesinatos que habían logrado contar, 80 permanecían impunes. En aquel mapa de la invisibilidad selectiva, que es el mismo mapa del resto de Colombia, los policías solo aparecen dando miedo. En la calle, en las esquinas, en la vida que allí pudo ser, Pedro Julio nunca mimetizó sus rasgos masculinos. No usó falda ni tacones. No se maquilló la cara, no llevaba pelucas. De haber asumido entonces la identidad de género que la habita, la entrevista que tuvimos hace año y medio tal vez nunca habría ocurrido. De los 87 crímenes inventariados en el departamento, 63 sucedieron en Cali.

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“Había oleadas de persecución contra mujeres trans que impulsaba la Policía. Conozco casos de compañeras que se pasaron tres años de arresto en arresto por el simple hecho de usar prendas femeninas: condenadas por violación a la moral. El solo hecho de estar en una esquina ya era suficiente para ser un grupo sospechoso que merecía ser recogido en las batidas. Donde esté parada una compañera hay una potencial mujer asesinada. Donde se pare una nena, está corriendo el riesgo de ser exterminada. Pero nadie dice nada…”.