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Valle y Colombia

La constitución de la regeneración, impulsada por el liberal Rafael Núñez y redactada por el conservador Miguel Antonio Caro, buscaba construir paz mediante el principio de centralización política con descentralización administrativa.

10 de agosto de 2021 Por: Gustavo Moreno Montalvo

Valle fue la estrella de los años 60 del Siglo XX, cuando el gobierno nacional protegía al sector productivo para impulsar el empleo urbano y el crecimiento en pleno tránsito de país rural a urbano: hace medio siglo el ingreso per cápita del departamento excedía el promedio nacional en 40%. Después llegaron el narcotráfico, la revaluación del peso y la globalización: el escenario cambió, y la pérdida de importancia se refrendó con la apertura económica a finales de los 90, el cierre de sedes empresariales de multinacionales de consumo masivo y la consiguiente reducción de la incidencia del capital internacional y su cultura en la comunidad profesional de la comarca. Hoy el ingreso per cápita del departamento a duras penas es del mismo orden del promedio nacional.

El desarrollo de las regiones está ligado de manera íntima con el devenir del país. Colombia ha sido centralista desde 1886, en reacción al caos de la constitución de Rionegro, expedida en 1963, por cuenta de la cual los gobiernos solo duraban dos años y los estados soberanos gozaban de autonomía plena en materia fiscal. Era constitución para ángeles, inspirada por el liberalismo radical bajo la égida de Tomás Cipriano de Mosquera.

La constitución de la regeneración, impulsada por el liberal Rafael Núñez y redactada por el conservador Miguel Antonio Caro, buscaba construir paz mediante el principio de centralización política con descentralización administrativa. Solo la hubo tras la cruenta guerra de los mil días. En 1936 se restablecieron los principios liberales – derechos individuales, garantías sociales y función social de la propiedad -y en 1957 se reconoció el derecho al voto de la mujer. En 1968 se robusteció el papel del gobierno central en economía y sociedad. En 1986 la elección popular de alcaldes dio autonomía y estabilidad a los gobiernos municipales, pero desarticuló los procesos que vinculaban al gobierno central con lo local.

En 1991 la asamblea constituyente estableció la entrega directa de recursos de la Nación a los municipios, con lo cual el papel de los departamentos se desdibujó. Pese a las intenciones explícitas de la Asamblea, el centralismo se consolidó con las reformas sucesivas, que han robustecido el papel del gobierno central y empequeñecido la periferia. Esta circunstancia, combinada con la presencia del narcotráfico en el suroccidente y la costa pacífica, ha debilitado la capacidad del Valle para identificar e impulsar sus ventajas comparativas relativas.

El clamor popular por liderazgo político efectivo es indicio de obstáculos para el desenvolvimiento de una institucionalidad efectiva en lo público y lo privado, con visión de mundo y método efectivo para aprovechar oportunidades y mitigar riesgos. Es natural que se sueñe con un mago que ordene el país, pero en esta época esa tarea debe ser colectiva.

Nuestro departamento debería hacer profunda introspección, revisar contexto, diseñar un plan de acción y ejecutarlo. En el pasado voces iluminadas han sostenido que si Colombia no responde a las necesidades regionales la comarca debería explorar senderos separados del caos nacional. Aunque esta receta puede ser muy drástica, algo hay que hacer, y no precisamente con quienes han fallado. El declive evidente obliga a pensar en cómo evitar que la tendencia se mantenga o incluso se agudice. El futuro está en manos de los ciudadanos.
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