El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

Urge tener partidos

Ojalá la perspectiva de quedar sin partidos nos mueva a aceptar que debemos rediseñar con inteligencia el Estado para evitar males muy serios hacia adelante. ¿Lo haremos?

15 de octubre de 2017 Por: Gustavo Moreno Montalvo

Los partidos son el vehículo para que la democracia ordene y ejecute propuestas para las instituciones públicas. Se construyen con la práctica de negociar ideas sobre la base del respeto y la aceptación de diferencias. No son monolíticos sino conjuntos de personas que deliberan en forma permanente. Como el mundo cambia, y con él los criterios para interpretarlo, es de esperar que los partidos sufran crisis, e incluso transformaciones de cimiento programático y de nombre.

Los partidos tradicionales de nuestra historia eran ambos liberales en lo económico pero la predominancia del radicalismo en el Partido Liberal del Siglo XIX y el aferramiento a la doctrina social de la iglesia de Roma en el Partido Conservador alimentaron la polarización exagerada entre la adhesión de los liberales al principio de que el esfuerzo individual debe prevalecer, y el respaldo a la intervención asistencialista del Estado de los conservadores.

En los años 30 del Siglo XX el liberalismo hizo el tránsito hacia propuestas progresistas que anticiparon el resultado inevitable del proceso de urbanización incipiente e incluso cambiaron el espíritu de la Constitución de manera irrevocable; entre tanto, los conservadores se orientaron a defender su posición de mayoría en el campo con propuestas de desarrollo integral bajo reglas de conducta restrictivas. El conflicto ideológico y retórico desembocó en pugna violenta, a tal punto que fue preciso pactar un entendimiento conciliatorio con el cual la política colombiana se burocratizó, y se desdibujó el propósito de atención al interés general.

Casi toda Iberoamérica sufrió procesos similares de pérdida de rumbo de sus partidos políticos, surgidos en el siglo diecinueve con orientación de élites letradas para poblaciones de mayoría analfabeta. Los países vivieron el salto al mundo moderno desde la contrarreforma española en ámbitos rurales. La tradición de caudillismo propia del régimen presidencial, heredado de Estados Unidos, la primera democracia liberal, se ha sostenido y nutrido con las herramientas provistas por los medios masivos y las nuevas tecnologías de comunicaciones. Cabe recordar que el Coloso del Norte es el único país desarrollado con régimen presidencial.

Es hora de poner en tela de juicio los sofismas sobre separación de poderes del Barón de Montesquieu, del siglo dieciocho, y asignar responsabilidades efectivas a los políticos profesionales por la administración pública. Algunos aspirantes al trono criollo creen que la tarea de ordenar los procesos públicos y la estructura institucional del Estado no es urgente y, en cambio, es peligrosa. Sin embargo, ni siquiera el Centro Democrático, la más caudillista de las organizaciones políticas, tiene permanencia garantizada: cuando el país revise lo ocurrido entre 2002 y 2010 y califique la pésima gestión en salud e infraestructura, los errores en política internacional sobre narcóticos, y la falta de criterio al escoger a Santos, la valoración de Álvaro Uribe sufrirá.

Ojalá la perspectiva de quedar sin partidos nos mueva a aceptar que debemos rediseñar con inteligencia el Estado para evitar males muy serios hacia adelante. ¿Lo haremos?