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Tareas para la educación

El escaso relieve social del docente hace de la profesión actividad residual. Lo más sorprendente es que en las campañas políticas no se aborda la educación pública básica y media, decisiva para el futuro del país.

16 de noviembre de 2021 Por: Gustavo Moreno Montalvo

La educación es el recurso más importante de una sociedad. De ella depende el futuro económico y, más importante, la perspectiva ética. Si se combinan buenos procesos educativos con acertadas instituciones públicas, que impulsen la justicia y la eficacia en la asignación de recursos, será probable una circunstancia armónica y próspera.

Por ello el primer elemento de estrategia educativa en cualquier país debe ser la inducción a las instituciones políticas en lenguaje sencillo y, al tiempo, preciso, congruente con la Constitución respectiva, que debe ser bien diseñada y al alcance de toda la ciudadanía. El segundo es el impulso a la expresión oral en la lengua materna y otros lenguajes, y el cultivo de las destrezas básicas para escribir de manera efectiva. El tercero es la construcción de destrezas para ordenar la vida práctica con el apoyo de herramientas matemáticas. El cuarto es el cultivo del amor por las ciencias y la formulación de interrogantes a partir del conocimiento adquirido. Este conjunto de elementos, muy divulgado a raíz de que Japón lo adoptó hace unos años, no debe solo irrigarse en los educandos:
debe permear a toda la sociedad y hacerse efectivo durante toda la vida de cualquier persona.

Los procesos con el propósito de aprender a aprender son más efectivos si comienzan desde muy temprano, se mantienen durante toda la vida, y se ordenan con el apoyo de educadores muy calificados. En consecuencia, la actividad más importante de cualquier sociedad es la docencia, que se despliega de manera coordinada con los padres de familia o quienes hagan sus veces durante las fases de educación preescolar, básica y media.

Toda la familia debe integrarse al proceso educativo: tras la educación media y tecnológica o profesional debe haber cultivo de destrezas complementarias o adicionales, porque la probabilidad de sustitución tecnológica obliga a cultivar varias posibilidades vocacionales de manera simultánea. Así las cosas, aunque las instalaciones de mayor tamaño permitirían mejor infraestructura, quizás es más conveniente una menor escala, para que todos los vecinos, sin distinción de edad, puedan acceder a su institución a pie, y considerar además el riesgo, creciente en función del tamaño, de cultivo de grupos promotores de conductas desviadas.

En Colombia los programas para educación básica y media se definen en Bogotá por el Ministerio de Educación. Los elementos a aportar desde la periferia no tienen mucho valor formal. No hay orientación a capacitación para atender necesidades del mercado laboral, ni a educación continua. La calidad muy deficiente se evidencia en las pruebas Pisa, auspiciadas por la Ocde. La relación entre institucionalidad y docentes es pobre: hace pocos años la Universidad Javeriana demostró que casi un tercio de las horas programadas no se cumple por determinación de las directivas de la Federación Colombiana de Educadores, empoderada desde el gobierno de E. Samper. Los directivos sindicales negocian con el Ministerio la remuneración para todo el país.

La posibilidad de que administraciones locales y padres de familia incidan en la gestión del proceso educativo es muy limitada. El escaso relieve social del docente hace de la profesión actividad residual. Lo más sorprendente es que en las campañas políticas no se aborda la educación pública básica y media, decisiva para el futuro del país.
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