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¿Para dónde va Colombia?

Nuestro sistema político no lleva a puerto feliz, aunque quienes nos gobiernan...

3 de noviembre de 2014 Por: Gustavo Moreno Montalvo

Nuestro sistema político no lleva a puerto feliz, aunque quienes nos gobiernan no parecen darse cuenta. Los indicadores de productividad del país son pésimos: una hora de trabajo en Colombia agrega el valor que aportan diez minutos en EE. UU. La exagerada desigualdad es insostenible. Además son precarias la calidad de la educación básica y la construcción de conocimiento, elementos esenciales para sobrevivir en el Siglo XXI. El problema más serio, sin embargo, es la ausencia de orientación sobre qué está bien y qué está mal. Nuestros líderes políticos hacen transacciones inaceptables que les parecen naturales. Así dan mal ejemplo y no tienen autoridad para guiar a la comunidad. Mientras los negocios ilícitos cubren todo el territorio nacional y la corrupción campea, ellos se trenzan en conflictos por el poder y no hacen el esfuerzo necesario por lograr una visión más objetiva de las realidades, los retos, las oportunidades y los peligros que se enfrentan.Ninguna sociedad puede construirse sin respeto por sí mismo, por los más inmediatos allegados, con quienes se convive, y por la comunidad. Todos dependemos unos de otros pero la vanidad tiende a oscurecer nuestro cerebro y hacernos creer autosuficientes. Una pausa en este instante para revisar la situación parece necesaria. No se trata de buscar canonizaciones ni premios Nobel de la paz, sino convivencia en armonía.Las buenas intenciones no son suficientes: para tener partidos que ayuden a reducir la corrupción, mejorar la gestión pública y abrir las oportunidades a toda la población y asegurar un futuro mejor, es preciso tener reglas institucionales claras y eficaces. Abordar necesidades imperativas: suprimir el hambre, reducir la ignorancia, ofrecer seguridad y contribuir a evitar el colapso de la vida, amenazada por la contaminación ambiental. Para lograr los objetivos se deben diseñar procesos apropiados. La tarea de revisar y rehacer es decisiva, pues los procesos existentes no producen buenas leyes, no promueven pronunciamientos judiciales prontos y acertados, y no impulsan los aciertos en la administración. El sofisma de la separación de poderes ha servido para eximir de responsabilidad a los políticos profesionales; los escogemos, según el sistema americano, para que opinen pero no para que se comprometan. Ese modelo, asociado al régimen presidencial, no es apropiado para el mundo del Siglo XXI, cuya población es diez veces la de 1776, cuando Estados Unidos declaró su independencia bajo un esquema acogido después por los países de América Latina. Revisar las reglas no es volver a 1886 bajo Núñez o a 1968 bajo Lleras Restrepo. Es diseñar un sistema transparente y flexible, apropiado para un mundo en cambio permanente y rápido. Ante las realidades que enfrentamos, las propuestas que hoy se ventilan son adjetivas. ¿Cómo podemos convencernos de que la tarea es en serio?