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La globalización nos alcanzó

La globalización nos alcanzó. Se había estancado en 1914 con la guerra...

7 de septiembre de 2015 Por: Gustavo Moreno Montalvo

La globalización nos alcanzó. Se había estancado en 1914 con la guerra mundial, pero ha vuelto a florecer con las tecnologías de información y comunicaciones. Los países de Occidente, en arrepentimiento tras la segunda guerra, impulsaron el reconocimiento a los derechos humanos, pero no buscaron la construcción de autoridad mundial efectiva, quizá por temor a riesgos totalitarios con pretensiones de alcance global, como el del comunismo o el fascismo. Como consecuencia, el mundo se ha integrado en lo económico y cultural sobre la base de unidades políticas fragmentadas y disímiles. Eso no ha frenado la integración: todo el mundo depende del resto, pero hay diferencias sobre qué le conviene a cada quién. Muchos se orientan a exportar bienes transables no muy diferenciados, cuyos precios en los mercados mundiales no son muy estables: petróleo, carbón, café y azúcar. Otros se dedican a producir conocimiento. Algunos, como Alemania y Japón, exportan productos industriales. Estados Unidos aprovecha el talento del tercer mundo y un enorme mercado doméstico sin trabas para el movimiento de bienes, capital y trabajo. Algunos, entre ellos varios de Centroamérica, dependen de remesas de emigrados a sus familiares en el respectivo país para cuadrar la balanza de pagos. Entre tanto, los íconos culturales, sean cantantes, futbolistas, personalidades del cine, la televisión y la moda, y los chismes de todos ellos, se comparten cada vez más.Colombia se había montado desde el gobierno de Uribe en la ilusa estrategia de hacer desarrollo social con petróleo. A Juan Manuel Santos le tocó la era de oro de los precios, pero ella se acabó. El costo es enorme. El aparato industrial construido bajo el marco de Carlos Lleras se fue desdibujó, el dinero público se asignó a usos sin efectos sostenibles, y al final llegó la debacle: el país enfrenta una crisis fiscal y cambiaria de enormes proporciones, para la cual no está preparado porque no tiene los niveles de educación e infraestructura necesarios. Todo esto ocurre con un gabinete magnífico. El problema no es el presidente de turno y sus colaboradores, sino el diseño mismo de nuestras instituciones públicas, inadecuado para el mundo de hoy, como casi todos en el tercer mundo.Mal de muchos, consuelo de tontos. Hay que actuar. El pueblo de Colombia ha soportado mucho, y merece la solución evidente. Ahora tenemos una oportunidad para pensar y actuar como adultos responsables. No conocemos, como es natural, el alcance de los acuerdos de La Habana, pero sabemos que se requiere modificar la Constitución. Esta circunstancia debería movernos para pensar cómo ordenarnos, pues el esquema actual no funciona. Por el contrario, es nuestro mayor lastre. No hagamos asambleas con derecho a equivocarse en materia grave. Busquemos a los más sabios de todas las disciplinas y orientaciones, y pidámosles propuestas. Debatámoslas. Renunciemos a los dogmas y respetemos las divergencias. ¿Seremos capaces?