El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

Tal vez

Tal vez los niveles de odio y agresividad que dedicamos a los periodistas eran de igual intensidad hace unas décadas.

2 de junio de 2019 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Tal vez los niveles de odio y agresividad que dedicamos a los periodistas eran de igual intensidad hace unas décadas. Quizás no los percibíamos porque para poder manifestarles esas malquerencias había que encontrarse cara a cara con ellos, lograr que los pusieran al teléfono (fijo) o escribirles cartas a mano. Los periodistas vivían en mundos distantes y enormes que la tecnología convirtió en burbujas al alcance de cualquier dedo.

Tal vez antes también sospechaban que los periodistas cobran por las noticias que dan, que facturan por palabra; que los matices informativos tienen tablas de precios similares a las de los servicentros de automóviles. Y que con dineros, regalos e invitaciones se tuerce la ética de cualquiera que porte grabadora, cámara o micrófono.

Tal vez en otras épocas era tan normal como hoy que se clasifique a los reporteros por colores políticos, pensando que los caciques y dueños del bolígrafo les hablan al oído. Que nadie en el periodismo asciende si no intercede por él un parlamentario ambicioso o un funcionario cuyo oficio es enriquecerse con dineros públicos amaestrados para saltar a sus bolsillos.

Tal vez no ha habido época en que no se afirmara que el periodista es una especie de bruto con suerte, cuyos conocimientos pretenden tener la extensión de un océano y solo consiguen escasos centímetros de profundidad. Y que todo lo que dice un periodista es fruto de la ignorancia en concurso punitivo con la petulancia y esa osadía propia de los mentecatos.

Tal vez se ha tenido por cierto desde tiempos inmemoriales que los periodistas no tienen palabra, y que a cambio de la noticia venden el alma o se lanzan a dar la exclusiva atropellando el buen nombre y la tranquilidad de los demás. Que quien informa no tiene entrañas ni hígados, y que es dueño de una verdad absoluta no apta de correcciones: hacerlo atenta contra eso tan importante que llaman reputación profesional.

Tal vez no es esta la única época en que dan ganas de lapidar a los periodistas y promover campañas para dejar de leer revistas, apagar televisores y silenciar radios. O diseñar carteles con sus caras, presentándolos como delincuentes perseguidos por la sociedad. No son servidores con compromiso social, sino enemigos públicos de los valores y la ética.

Tal vez los poderosos han querido tratar a la prensa como parte de una servidumbre que deriva el sustento de la calidad de los servicios prestados. Y, aunque solo ahora lo sentimos con intensidad, gracias a las redes sociales, se asocia al periodista con palabras como esbirro, mandadero, áulico, sicario, traicionero, desleal, arrodillado, inmoral y desvergonzado (así como muchos otros vocablos de alto voltaje que solo el pudor impide reproducir en estas líneas).

Tal vez se ha creído que los periodistas no se equivocan, que cuando informan algo que no se ajusta a los intereses de unos es porque defienden los de otros. Tan cierto será que el periodismo es el oficio más bello del mundo, según decía Albert Camus, como lo de que Colombia es el mejor vividero del mundo y que lo mejor de este platanal infecto es su ‘gente linda’.

                                                                              ***

Ultimátum. Gran favor haría el diseñador industrial que adaptara a la silla de ruedas de ‘Jesús Santrich’ un dispositivo que le permitiera reversar autónomamente. Eso facilitaría sus permanentes entradas y salidas de la legalidad. Dice que ve con los ojos del alma. ¿Alma?

Sigue en Twitter @gusgomez1701