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Sanguijuelas

¿Unidad Nacional? Eso, como decían antes, ¿cómo se come? Se come, sabemos...

17 de agosto de 2014 Por: Gustavo Gómez Córdoba

¿Unidad Nacional? Eso, como decían antes, ¿cómo se come? Se come, sabemos todos, con mermelada. La Unidad Nacional es uno de esos sueños presidenciales (de Santos e, independientemente del rótulo, de quienes lo han precedido), según el cual, causas tan justas como el progreso o la paz logran que un país se sincronice en una misma agenda y dedique esfuerzos a una tarea concreta. Difícilmente se ve algo tan prometedor en un continente donde solo la guerra, el espíritu de derramar la sangre del vecino, logra la proeza de convertir tantas almas a un solo credo político.La Unidad Nacional ha sido siempre la porcelana rota que la abuela pegó con Super Bonder y que, alta en una repisa de la sala, resistirá unos cuantos años, siempre y cuando no se la manosee mucho. Unidad que, como en el mito de la soprano que ajusta su voz a la frecuencia natural de vibración de las copas de cristal, puede volar por los aires con el eco de los finísimos gritos de campaña del expresidente César Gaviria. Hasta el oído del Presidente resintió esta semana su intenso vibrato.El trapo rojo, sugiere Gaviria con sus movidas sobre el tablero, vale más que un departamento administrativo convertido en piscina de delfín. La voz, no aquí de soprano sino de contratenor, reclama kilos de mermelada y algunos potes de arequipe para endulzar la elección de nuevo contralor. Porque la Contraloría, funcione o no, siempre brinda a nuestros hambrientos políticos la única satisfacción a su apetito pantagruélico: puestos.A los emotivos tonos clientelistas de Gaviria se suman escenas maravillosas de nuestra ópera democrática, protagonizadas por tenores dramáticos como Armandito ‘Tétris’ Benedetti y ese peso pesado de la ópera que es José David Name, el mejor de los bajos bufos. Afanados, treparon a escena para recordarle a Santos que sus cálculos no se vieron satisfechos en la conformación del gabinete. Sus agallas expuestas no hicieron sino confirmarnos a todos que los ministros no se nombran para servir al público sino para que los políticos se sirvan de lo público. Se ha dicho antes en esta columna y lo esbozó con finura única Jaime Garzón en 1997: “Nosotros nombramos funcionarios públicos para que le funcionen al público y terminamos haciéndoles venias. Es decir, todos sirviéndoles a ellos”. Se quejan algunos de los honorables miembros del partido de La U de que uno de los ministerios haya quedado en cabeza de Gina Parody, quien fue presentada como cuota del partido y, aseguran, es una advenediza con carné recién laminado. Apurado, casi resbalándose en los jugos gástricos de sus compañeros de colectividad, Sergio-Díaz Granados, presidente de La U, declaró que Parody no es parodia, que fue fundadora del partido (¿como Óscar Iván?) y cabeza de lista al Senado, pero que se retiró (¿por su oposición a la reforma que pretendía eternizar a Uribe?) para hoy, cinco años después, regresar a la colectividad. Válido: cualquiera puede entrar y salir del partido de La U, convertido hoy en parte de la necesaria razón social comercial que nuestros políticos necesitan para reclamar su participación en los dineros de la gente.Pobre presidente Santos: va a pasar cuatro años dedicando la prosperidad económica a la alimentación de las voraces sanguijuelas que se le prendieron en el cuerpo cuando se metió al lodazal de la reelección. Ultimátum: Trinó Jorge Orlando Melo: “La guerrilla es más vieja que el ochenta por ciento de los colombianos. Pocos saben qué es vivir en un país en paz”.