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Salud, ministro

No hay cómo justificar la ausencia de ministro del ramo en medio de una amenaza a la salud de carácter global.

2 de febrero de 2020 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Sesenta y tres años antes de que Jesús naciera, el hombre más poderoso del mundo se convertía en sumo pontífice del culto romano. A Julio César, que todo lo tenía, no le venía nada mal sumar a su divinidad terrenal la representación de los dioses celestiales (célebres por matar, engañar y fornicar). Estaba casado en ese momento con Pompeya, tan bella como escasa de criterio.

Pompeya acogió en casa las fiestas de la Bona Dea, una vieja diosa romana cuyas celebraciones se hacían sin mujeres, a puerta cerrada, y con prohibición expresa de que hombre alguno estuviese presente. Un joven y hormonado patricio, Publio Clodio Pulcro, se vistió con ropas femeninas y terminó pasando la noche más animada de su vida.

Cuando César se enteró, enfureció. Y aunque nunca pudo probarse que Pompeya hubiese facilitado la visita prohibida, César la dejó. Creía que la compañera del César no podía estar siquiera cerca de la sospecha. El episodio terminó convirtiéndose en frase popular: “La esposa del César no solo debe ser honesta, sino parecerlo”. Funciona desde todas las perspectivas, porque bien podríamos hoy decir cosas como “el esposo de la primera ministra no solo debe ser honesto, sino parecerlo”.

Como los presidentes, que no solo deben ser efectivos, sino parecerlo. Iván Duque no es la excepción a la regla. De seguro sus colaboradores están trabajando en los protocolos de protección para enfrentar la posibilidad de que llegue a Colombia el aterrador coronavirus. Pero mientras el mundo comenzaba a tomarse muy en serio al virus, aquí ni siquiera había ministro de Salud en propiedad.

Todas las explicaciones a esa situación son lánguidas. No hay cómo justificar la ausencia de ministro del ramo en medio de una amenaza a la salud de carácter global. Y si la justificación es que se hacían cuentas de gobernabilidad, motivo reajuste de gabinete, estamos frente a la decepcionante confirmación de que los intereses políticos superan a las necesidades de la sociedad.

El jueves, al tiempo que la Organización Mundial de la Salud declaraba emergencia internacional por el rápido aumento de casos de personas afectadas, en Colombia el nombre del ministro de Salud era objeto de cábalas en medios de comunicación y redes sociales. Tal vez en el gobierno compartían la teoría del magistrado José Francisco Acuña (presidente encargado de la Corte Suprema de Justicia), quien, al ser preguntado por la demora en suplir las siete vacantes que tiene el alto tribunal, respondió: “Soy de una filosofía: que el tiempo no existe”.

Un ministro de Salud en propiedad no va a blindarnos contra el coronavirus. Ni designar de manera expedita siete nuevos magistrados va a sanar las profundas dolencias de la Corte Suprema de Justicia. No. Pero tales decisiones nos brindarían el consuelo de pensar qué tanto le importa al gobierno la salud de los colombianos como al tribunal la Justicia.

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Ultimátum.
A 75 años del fin del Holocausto, no pierde fuerza uno de sus más terribles tentáculos: la minimización de lo que pasó con más de seis millones de judíos, en un exterminio sistemático adelantado por una de las naciones más respetables de eso que llaman civilización.
Fundamental no olvidar lo que pasó y, sobre todo, evitar desestimarlo o recordarlo con distorsiones que invitan a pensar que no fue tan grave. Alterar la verdad es negarla. Lo diseñaron y ejecutaron los nazis, pero bajo las narices del mundo entero.

Sigue en Twitter @gusgomez1701