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¿Qué Policía queremos?

La respuesta es obvia: una Policía efectiva contra el delito, blindada frente...

19 de enero de 2014 Por: Gustavo Gómez Córdoba

La respuesta es obvia: una Policía efectiva contra el delito, blindada frente a la corrupción y respetuosa de los derechos civiles. Verdad de Perogrullo… ¡Es la Policía que quieren en todas partes! La diferencia radica en que mientras en otras latitudes el sendero entre la realidad y el Nirvana se mide en metros, aquí hablamos de kilómetros.Esa Policía que necesitamos no puede moldearla un esteticista de garaje inyectándole aceite de cocina en los glúteos. Requiere de alta cirugía y largas horas de quirófano, precedidas por un reconocimiento sincero de lo que aquí no camina y en otras partes galopa.Departamentos de Policía como el de Nueva York o Los Ángeles han mantenido la sana política de que el grueso de los efectivos entrenados permanezca exclusivamente en las calles. Por ello, abren las puertas a profesionales ajenos a la actividad policial, que son un apoyo invaluable y permiten que el policía sea policía. En Colombia, alrededor de 18 mil patrulleros y subintendentes trabajan en cartera, tesorería o contratación, convirtiéndose en oficinistas a los que preocupa más su jubilación que la captura de los delincuentes.Culpable del despropósito es el cambio de régimen de carrera de civiles y no uniformados en el Ministerio de Defensa y la fuerza pública, amén de restricciones para contratación de este personal en sucesivos documentos del Consejo Nacional de Política Económica y Social (Conpes). Una miopía administrativa que nos tiene llenos de policías de greca y A-Z. Un policía que no suda no es un policía; un policía que no conoce la calle no es un policía. Ya entrados en el escenario de oficina, echemos mano de la sumadora: a los 18 mil efectivos encadenados a sus escritorios adicionemos cinco mil atrapados en los 2.500 esquemas activos de seguridad que operan en el país. Eso por no profundizar en un exótico detalle: la incorporación de los auxiliares bachilleres se hace a través de procedimientos castrenses de servicio militar, así que, como es natural, los mejores elementos se quedan en el Ejército (que hace la selección) y los demás van directo a la policía.La guerra es en parte responsable de estas distorsiones en la actividad de una Policía obligada a comportamientos militares frente a la agresión subversiva y objeto de masivas incorporaciones, que atraen personas que no tienen vocación o no cumplen el requisito indispensable para portar el uniforme: la honestidad.Ojalá la Colombia del posconflicto (si allá llegamos) nos enfrente al nacimiento de un Ministerio de Seguridad Pública que separe la Policía de la milicia, permita un rediseño de fondo y garantice merecidos recursos, para que no siga pasando lo de siempre: que los tanques les ganan a las motos y los aviones a las radiopatrullas.Faltan, entonces, la paz y kilos de cojones a la hora de tomar decisiones… porque ministros ya hay. Bien estaría una nueva Policía en manos de Óscar Naranjo, Sergio Jaramillo, Francisco José Lloreda o, incluso, Juan Carlos Pinzón cuando la llegada del “fin del fin” lo deje pensar más en barrios que en selvas. Se le permitiría, ni más faltaba, mantener en la nueva cartera su inveterado romance con el fijador Lechuga.Ultimátum: O el senador Baena visita a Bojanini, o lo bajan del púlpito para no ofender a Dios con su imperfecta calvicie. A propósito, querido Dios, ¿sabías que las Piraquive se tiñen el pelo?@gusgomez1701