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Periodismo objetivo

Tal vez lo que se quiere decir cuando se habla de objetividad periodística es algo que podríamos llamar equilibrio.

23 de junio de 2019 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Una destacada psicóloga, a quien quiero y respeto, me pedía a través de redes sociales que, como periodista, tuviera una visión “más objetiva” de las cosas. La verdad es que parecía representar a un grupo, porque el trino arrancaba diciendo que “esperábamos una visión más objetiva, más propositiva”. Como ella lidera una empresa de telepsicología, asumo que se trataba de una petición respaldada por sus compañeros de trabajo. En fin.

Eso de exigirles a los periodistas objetividad o felicitarlos por su objetividad no pasa de ser un ejercicio de pirotecnia verbal. Lo que la gente reclama cuando pide objetividad de los periodistas es que no sean sesgados. En gracia de discusión se aceptan otras interpretaciones: que no tergiversen, que no incendien los ánimos, que no sean amarillistas o, seamos sinceros, que digan lo que nos satisface que digan.

La objetividad, más allá de la pertenencia al objeto, o de otros desarrollos más elaborados, se predica de una persona que actúa con desinterés (no entendido como desgano, sino con desprendimiento de provechos personales) y desapasionamiento (imparcialidad). En el papel, se ve regio; la realidad es a otro precio.

Atérrense (incluida la admirada psicóloga): no existen ni el periodismo objetivo, ni los periodistas objetivos. Miento: Quakebot sí practica un periodismo objetivo. Hace un lustro, Ken Schwencke, un periodista y experto en programación del diario Los Angeles Times creó a Quakebot, algoritmo que, trabajando con datos del Servicio Geológico de los Estados Unidos, redacta una noticia cuando se producen movimientos telúricos. Lo hace clara y directamente, con hechos concretos y sin apasionamientos.

Si hay algo que pueda parecerse al periodismo objetivo, sin duda es Quakebot, el más aburrido, predecible e insensible de mis ‘colegas’. No dejaría que Quakebot se convirtiera en mi fuente informativa, de la misma manera en que no aceptaría que ningún algoritmo semejante fuera mi guía espiritual, mi asesor bursátil o mi terapeuta sexual.

El periodismo es un oficio subjetivo y lo es en cualquiera de sus etapas: escogencia del tema, tratamiento, titulación, elección de palabras, modulación en micrófonos, remate de la información, lenguaje corporal frente a cámaras y un largo etcétera que fundiría a Quakebot. Tal vez lo que se quiere decir cuando se habla de objetividad periodística es algo que podríamos llamar equilibrio.

El equilibrio, tan importante en los circos como en el periodismo, tiene que ver con pesos y contrapesos, con atender las posiciones de los protagonistas de la información, con la ecuanimidad en la manera de presentar el producto noticioso y, forzando el concepto, con decencia y ética.

Una cosa sí tiene plena validez: los periodistas no tenemos corona ni hay que depositarnos en un pedestal. Todo lo contrario. Nuestra actividad está siempre abierta al escrutinio público, a la crítica fundada y al cuestionamiento transparente. Lo nuestro es preguntar, lo cual no nos exime de responder.

La prepotencia es el pecado capital del periodista. No estamos obligados a hacer lo que nos dice la gente, pero tenemos el deber de escuchar, de atender razones y de extraer de ellas todo lo que sea de utilidad para el ejercicio de la única tarea a la que nos debemos: la búsqueda de la verdad. Ese es nuestro objetivo. Aunque seamos todo, menos objetivos.

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Ultimátum.
Permítanme ser subjetivo: ¡Qué cueva de corruptos, facinerosos, timadores y fuleros es nuestro decepcionante Congreso!

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