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No cabemos en Colombia

El problema de este país es que no cabemos en él. Deberíamos,...

16 de febrero de 2014 Por: Gustavo Gómez Córdoba

El problema de este país es que no cabemos en él. Deberíamos, pero no. Somos cuarenta y tantos millones de ciudadanos king size, que no hallamos acomodo en 1.141.748 km2 (siempre y cuando La Haya no disponga otra cosa). Cada kilómetro debemos compartirlo con otras 41 personas, lo cual suena razonable, al menos si se piensa en infiernos demográficos como Gibraltar (4.286 almas por kilómetro), Hong Kong (6.525), Singapur (7.669) o Macao (20.628). Ellos caben; nosotros, no.Y no cabemos porque somos iguales. La frase está perfectamente escrita. No dice “y no cabemos porque no somos iguales”. Lo somos. La inmensa mayoría de nosotros habla el mismo idioma: no el de la violencia, sino el español. Respetamos al mismo dios porque, aunque no todos creamos en que exista el creador del Valle de Lágrimas, ese ser es una constante religiosa, educativa o al menos social. Comemos maíz, sabemos rancheras, pedimos ñapa, pagamos los carros más caros del mundo, nos preocupamos por aquella rodilla, admiramos al mismo escritor, extrañamos a Pacheco y pensamos que los platos con piña picada son hawaianos.Cada uno de nosotros parece una foto del vecino, quien seguramente será, además, Gómez, Rodríguez o Álvarez, porque los Steiner y los Gorostiaga apenas se nos cruzan un par de veces en la vida. Fotocopias, clones bípedos, calcos de carbono a los que nuestra petulancia nos revela como más cultos que los venezolanos, de mejor hablar que los dominicanos y más atractivos que los bolivianos. Hemos sido educados dizque para ser mejores; una especie de raza superior de icopor en la que no hay arios por parte alguna… acaso Arias.Pero no cabemos. No cabemos en los sistemas de transporte masivo; no cabemos en las cárceles; no cabemos en los estadios, ni en las cuadras que los rodean; no cabemos en los centros de renovación de licencias; no cabemos en las carreteras, estrechas como la moral de ciertos contratistas; no cabemos en una política que se nos convirtió en octágono de Ultimate Fighting y, para rematar, no cabemos ni en la diminuta Cuba, que no ha tenido que crecer un centímetro para que se verifique en ella el exótico fenómeno de habernos exportado, primero, la muerte y la violencia y ahora una endeble paz.Somos la versión tropical de la Barbie y el Ken, los de carne y hueso, la ucraniana Valeria Lukyanova y el gringo Justin Jedlica. Ella, que niega cualquier operación diferente a la del aumento de busto, y él, que ha estado cerca de noventa veces en el quirófano, son un par de muñecos humanos, vaciados en el molde de la vanidad. Gente plástica en el real sentido de la palabra.Él había dicho de ella que “gran parte de su aspecto se debe al maquillaje, al pelo falso y al adelgazamiento corsé”, comparándola con una dragqueen. Y ella había opinado del Ken de bisturí que sus rasgos eran exagerados. Se conocieron hace veinte días. Al verse, confirmaron que habrían sido buenos colombianos: no se gustaron. Cuatrocientas mil personas han visto en YouTube el video del encuentro de estas dos gotas de agua que no se reflejan la una en la otra. Cuarenta y ocho millones de gotas, aquí, andamos en las mismas.Ultimátum: “Periodistas-gerentes serán tratados como funcionarios, actores-candidatos serán tratados como políticos y religiosos-burócratas serán medidos con la vara que medimos a Roy. Atentamente: La Gerencia”.@gusgomez1701