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Náufragos

La historia que nos ha tocado vivir, y la que hemos conocido hecha tinta de libros, revela que somos un país partido en dos. Alguien dejó caernos desde antes de ser república y, para mala fortuna, no nos hicimos añicos.

3 de junio de 2018 Por: Gustavo Gómez Córdoba

La historia que nos ha tocado vivir, y la que hemos conocido hecha tinta de libros, revela que somos un país partido en dos. Alguien dejó caernos desde antes de ser república y, para mala fortuna, no nos hicimos añicos. Nos partimos en dos trozos que, bajo numerosos rótulos, han sido una constante fatal.

Centralistas vs. federalistas, liberales vs. conservadores, santanderistas vs. bolivaristas, godos vs. patriotas, gólgotas vs. draconianos, regeneradores vs. radicales. Elija la década que desee de este nefando pasado y encontrará un país de bandos. Y de bandas.

Como si el concepto de polarización se hubiera acuñado pensando en nosotros, acostumbrados a correr detrás de una bandera política, de un color de uniforme, de un postulado económico o de un caudillo que suele coronar la cresta de olas que nacen de nuestra infinita capacidad de odiar.

La óptica del observador dictará las causas de tan trágica estela, pero no hay razonamiento que haya contribuido a la solución. Aún con debilitados Partidos, seguimos partidos. Rompecabezas de piezas que difícilmente encajan para formar un país que no se entiende a pesar de que todos hablamos el mismo idioma, comemos las mismas papas, recibimos prácticamente la misma formación religiosa, nos gusta el mismo deporte pasional, admiramos a los mismos próceres y decimos las mismas majaderías.

Colombia bien cabría en ‘Que ese sea su último campo de batalla’, viejo capítulo de Star Trek en el que dos facciones raciales del planeta Cheron pelean hasta extinguirse. La tripulación de la Enterprise no encuentra diferencia física entre los cheronianos, de piel mitad blanca y mitad negra. Se matan porque unos son negros del lado izquierdo y otros del derecho.

Y en esas andamos en este predio planetario. Nada raro, si no fuera porque, por primera vez en mucho tiempo, logramos asiento de primera en el tren de las oportunidades. Con sus enormes defectos, acariciamos la reconciliación y pensamos que era la llave que abriría las puertas de un futuro mejor. Pero aquí, hasta la paz es materia prima de la guerra.

Ahí estamos, a unos días de elegir presidente entre dos candidatos atados a la desgracia de una nación que existe, contraviniendo toda ley física, en sus propias antípodas. Votaremos con los prejuicios y las divisiones acosándonos: izquierda vs. derecha, capitalismo vs. socialismo del Siglo XXI, conservadurismo vs. anarquismo, uribismo vs. petrismo… y no sigamos, que ya los irresponsables en las redes hablan con aterradora naturalidad de candidatos untados de guerrilla y paramilitarismo.

Somos expertos en aborrecernos. Maestros de la intolerancia y las malquerencias. También de los eufemismos, porque mientras patinamos en bilis, decimos que iremos a las urnas para escoger entre ‘dos visiones muy distintas de país’. Pamplinas.

Votaremos en contra del candidato que representa al bando que detestamos. Cuando mucho, el voto será en blanco, para derramar amargura por punta y punta. Ardemos en los extremos. Por algo será que al centro lo graduamos de tibio y lo metimos a la nevera. Sufragaremos y de nuevo naufragaremos.

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Ultimátum.
Enilce López, enferma. Gustavo Malo, enfermo. Kiko Gómez, enfermo. Ghisays Manzur, enfermo. Silvia Gette, enferma. Víctor Maldonado, enfermo. Horacio Triana, enfermo. Felipe Laverde, enfermo. Aída Merlano, enferma. Roberto Prieto, enfermo. Un país lleno de ‘enfermos’ al que le sienta muy bien un titular de El Heraldo: ‘Patatús, la enfermedad que surge tras una orden de captura’.

Sigue en Twitter @gusgomez1701