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Nuestra Justicia también termina rodeada de opulencia: muchos de sus funcionarios se enriquecen torciendo fallos. Y, como es sabido ampliamente, tales conductas no solamente comprometen a los ‘dignísimos’ magistrados de las altas cortes.

5 de agosto de 2018 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Tradicionalmente se ha dicho que “la Justicia es una Cenicienta” (más lo es la Salud, pero, en atención al lugar común, se dará por aceptado que carece de recursos y le rebosan los maltratos). La comparación siempre se ha quedado corta, pues nuestra realidad confirma la célebre versión de Charles Perrault.

Luego de que el Príncipe manda a su lacayo a medirle a Cenicienta el zapato de cristal que dejó olvidado tras la juerga de amor a primera vista, descubre que la humilde joven es la misma que lo sedujo antes de las doce. Cenicienta se casa con el Príncipe y pasa el resto se su vida nadando en joyas, bienes y dinero.

Nuestra Justicia también termina rodeada de opulencia: muchos de sus funcionarios se enriquecen torciendo fallos. Y, como es sabido ampliamente, tales conductas no solamente comprometen a los ‘dignísimos’ magistrados de las altas cortes.

Lo sabe Asonal Judicial, que mira para otro lado cuando todo el mundo sabe que, en juzgados y tribunales, las decisiones tienen tablas de precios e intermediarios que se encargan de recibir pagos y hacer llegar su parte a los oficiantes.

“La Justicia es para los de ruana”, otra frase repleta de verdad. El catedrático valenciano José Asensi Sabater así la explicaba a los españoles: “dicho muy popular en Colombia para significar que la Justicia, en el sentido duro, es para los pobres, a los que se aplica la ley con severidad, o simplemente se les deniega sus pretensiones”. Faltó un desarrollo: si debajo de la ruana llevas billetes suficientes, también tendrás una Justicia que se amolde a tu cuello.

Los periodistas merecen especial reconocimiento por las denuncias hechas sobre corrupción judicial, y no puede menos que destacarse su valiosa tarea de investigación y denuncia.

Recuerdo, sin embargo, que cuando la Corte Constitucional estudiaba la decisión que le cerraría a Álvaro Uribe la posibilidad de atornillarse (más) al poder, soplaban otros aires para los magistrados en los medios. Se los entrevistaba profusamente y hasta se diría que con inusitada delicadeza.

El Congreso ‘enmermelado’ había abonado el terreno para que se afianzaran las raíces del Uribato, pero la Corte Constitucional declaró (alegando vicios de forma y fondo) inconstitucional el referendo orquestado para la segunda reelección. Hecha la tarea, la luna de miel cortes-periodismo acabó y se intensificaron las denuncias.

Hace meses veníamos encontrando en los medios apellidos y palabras que se repetían una y otra vez: Pretelt, Besaile, Ricaurte, Ashton, Odebrecht, Moreno, Reficar, Lyons, Jattin y Bustos. Curioso que por estos días, en que nuevamente el destino de Uribe está en manos de una corte, haya disminuido la intensidad informativa del contubernio que protagonizan políticos y magistrados.

Un colega me preguntaba cándidamente cómo veía yo lo que estaba pasando y si no me parecía que los medios estábamos rodeando de manera insuficiente a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Quedé frío. Por supuesto que hay que rodearlos, pensé, pero con investigaciones equilibradas y juiciosas, siempre denunciando sus excesos y corruptelas. Sin tregua.

No vaya y sea que termine la gente teniendo la errada percepción de que a los periodistas se nos acaba la munición cuando los magistrados deciden el futuro de Uribe. Y justo después de que fallan sobre él, llegan de nuevo los pertrechos para enfrentar la putrefacción judicial.

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Ultimátum. Nuevo dicho: más peligroso que administrar justicia chateando. Aquí, en Cafarnaúm o en Barcelona.

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