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En esta hacienda grande y desordenada que es Colombia, hemos tenido numerosos gamonales políticos, todos ellos con su cauda de pasionales seguidores.

25 de junio de 2017 Por: Gustavo Gómez Córdoba

En esta hacienda grande y desordenada que es Colombia, hemos tenido numerosos gamonales políticos, todos ellos con su cauda de pasionales seguidores. Nutridos han sido los rebaños de laureanistas, lopistas, turbayistas, gaviristas, uribistas, pastranistas o samperistas, para repasar sólo las últimas décadas. Lo que poco hay es santistas, como no sean de don Eduardo, que de la dirección de la campaña del ‘mono’ Olaya se balanceó de rama en rama hasta llegar a la presidencia.

En la recta final de su segundo periodo no encuentra por parte alguna Juan Manuel Santos a los santistas. No lo son ni siquiera muchos de quienes han pasado por Palacio, hoy dedicados a cuestionar al Gobierno y al Presidente sin clemencia (para disgusto de doña María Clemencia).

Incluso la izquierda, siempre exultante con las generosas concesiones a la subversión, no pierde oportunidad de tratar a Santos con mano dura. Del hombre que firmó la paz con las Farc y negocia con el ELN, del premio Nobel de Paz, de ese que sentó las bases para construir el nuevo país, dicen cosas francamente indecorosas.

Clara López asegura de quien la nombrara en la cartera de trabajo que está al frente de “un gobierno que en materia social no ha podido dar las respuestas que reclama el pueblo colombiano”. Mientras el Presidente saca pecho por su política de vivienda, Jorge Enrique Robledo lo llama mentiroso y asegura que “la realidad y las cifras demuestran el fracaso de Santos”. Y ni qué decir del exalcalde Gustavo Petro, quien sigue pensando que Santos lo engañó con la financiación del metro de Bogotá (en La W lo calificó de “faltón”).

Santos, enfrentado a paros y protestas, morteros del uribismo (ahora en coalición formal con el pastranismo), señalamientos de la izquierda, imagen agónica en las encuestas y malestar por parte de la opinión pública, insiste en responsabilizar de sus desgracias a la incapacidad para comunicarles a los colombianos sus logros. Alguien que debe al hábil manejo de un periódico su éxito en la vida pública experimenta líos en materia de comunicaciones. ¡Habrá tenido Fermat problemas con la cuenta de los gastos en el hogar!

No es corta la lista de reclamos, señalamientos y críticas que brotan por todos los flancos: verdugo de la Constitución, indiferente a los atropellos de la revolución bolivariana, alcabalero de fallidas reformas, dispensador prolijo de ‘mermelada’, domador de las Fuerzas Militares, responsable de tanta locomotora chatarrizada y un largo etcétera que incluye miles de empleados públicos forrando las calles para quejarse.
Lánguidos últimos meses para un presidente que pasó años defendiéndose de la acusación de deslealtad (por haber cometido el ‘delito’ de no ser marioneta de quien le puso los votos), que no pega pestañas pensando que pueda sucederlo alguien que desmantele su legado y que parece haberse convertido en una especie de fucú electoral.

Lo dijo Mauricio Vargas: “Aún sin querer, Germán Vargas, Humberto de la Calle o Juan Carlos Pinzón se pueden quedar con el Inri de candidato de Santos”. Tan dura la cruz de Santos, que ni el látigo de la ambición anima a los cireneos a darle una mano.

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Ultimátum. El año en que el Sgt. Pepper cumple cincuenta y Paul McCartney 75, regresa a Colombia el bajista más famoso de la historia. Imperdible el concierto de Paul en McDellín.

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