El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

Espejismos

Cuando en Colombia la televisión se veía a través de canales públicos, el gobierno entregaba los noticieros a políticos de turno.

12 de enero de 2020 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Cuando en Colombia la televisión se veía a través de canales públicos, el gobierno entregaba los noticieros a políticos de turno. Y eso, que uno podría concebir como un escenario informativo amarrado a los intereses de aquellos ‘caciques’, era lo que irónicamente generaba diversidad. Todas las emisiones noticiosas de los canales privados gozan hoy (mañana, tarde y noche) de una comprensible uniformidad de criterios. Eso no los hace ni mejores ni peores. Es apenas la realidad.

En aquellas épocas, las programaciones eran milimétricamente armadas, de manera que siempre un noticiero fuera enfrentado con otro noticiero, un dramatizado con otro dramatizado y los ‘enlatados’ (como se llamaba a las producciones extranjeras) con ‘enlatados’.

También sucedía con los espacios culturales, que solían ser de buena factura y definitivamente más frecuentes que en la actualidad. Su audiencia resultaba discreta frente a la de telenovelas y películas, pero recuerdo que alguien hizo una encuesta a nivel nacional para que la gente dijera qué quería ver en televisión.

La respuesta fue contundente: ¡Más cultura! Los colombianos clamaban por menos intrascendencia y levedad. Reclamaban cultura en la televisión… para no verla, como también sucede hoy: al encuestador se le dice cultura, pero frente al televisor se sintonizan asuntos más digeribles.

Hace unos días, cuando Vladdo acusó a Matador de haberle plagiado una caricatura, leí uno de esos trinos que parecen originales y serios, pero son una especie de formulario que se llena con los asuntos de la coyuntura diaria. Decía el trino que era el colmo que mientras el mundo enfrentaba un conflicto, gracias a las acciones de Estados Unidos e Irán, los colombianos le prestáramos atención a la intrascendente guerra de egos gráficos.

Si el autor del trino hubiera encontrado en la televisión un especial de dos horas explicando los antecedentes y pormenores de lo que ha representado la pugna entre ambos dos países, habría visto menos de los primeros cinco minutos. Seguro. De hecho, cuando trinó ya estaba traicionándose: cada palabra de su mensaje delataba que en realidad prestaba más atención al agarrón de caricaturistas que al de naciones armadas hasta los dientes.

Pasa a diario en los programas de la radio, que en las mañanas eligen un numeral llamativo para que la gente opine en redes y reciben reclamos del mismo tipo, en los que se pregunta qué demonios hace la radio informativa proponiendo nimiedades, habiendo tantas cosas importantes en la agenda. ¡Como si las cuatro o cinco horas de emisión solo giraran alrededor del dichoso numeral!

La triste realidad es que pasada la tercera entrevista sobre temas verdaderamente importantes para el país, las audiencias promedio pierden interés. Reclaman las bondades de una dieta rica en verduras y libre de grasas, pero al mesero del restaurante le ordenan carne, arroz, papa y piden que les cambien la ensalada por un plátano maduro.

Voy a contarles un secreto que espero quede entre nosotros: lo que hay en los medios de comunicación es aquello que somos. La mediocridad que cuestionamos de ellos no es diferente de aquella que rodea nuestras apetencias y que exhibimos en redes. Los medios han debido llamarse espejos. Y quebrándolos, se los garantizo, no desaparecen los defectos que tan fielmente reflejan.

***

Ultimátum.
El príncipe Enrique y su esposa Meghan se van a poner a trabajar para conseguir lo del diario. Bien. De reyezuelos estamos, literalmente, ¡hasta la coronilla!