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Es el día definitivo en la Guerra por el Plebiscito, un exótico...

2 de octubre de 2016 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Es el día definitivo en la Guerra por el Plebiscito, un exótico conflicto que, en la búsqueda de la paz, nos ha puesto a los colombianos a pelear con morteros verbales de alta potencia. Nos hemos dicho paracos, nazis, guerrilleros, fascistas, mamertos, cobardes, guerreristas, infiltrados, entregados, traidores, totalitaristas, desleales, mantecos, arrodillados y cuanta barbaridad se nos pasa por la cabeza. Y todo corre por las cloacas de las redes sociales.La paz nos separa.

Distinto sería que entráramos en guerra con algún país vecino: correríamos a las calles forrados en banderas, perfectamente sincronizados con la defensa de la patria. Entregaríamos a nuestros hijos al Ejército y pagaríamos altos tributos para las balas. Los políticos de todos los pelambres harían causa común por la defensa del himno (cuyas letras no entendemos) y del escudo (aunque su simbolismo haya caducado).

Pero la paz interna no logra ese consenso. La razón: es instrumento político en un país donde nos hemos pasado la vida divididos en bandos: centralistas vs. federalistas, conservadores vs. liberales, neogranadinos vs. supremos, constitucionales vs. melistas, gólgotas vs. draconianos, radicales vs. regeneradores.

Nuestra razón de ser es la sinrazón.Esa polarización, que en un ejercicio de miopia creemos que nos llegó con Santos cuando se independizó de Uribe y sus ideas, nos persigue desde antes de nacer como país. Lo nuestro son los extremos y el panorama de hoy, día de elecciones, lo ratifica: si gana el Sí, se castrochavisa el país; si gana el No, volveremos a la guerra eterna.

Los que apoyan el Sí son los únicos interesados en que haya paz; los que votan por el No “algo esconden” y están interesados en que la guerra siga. Si el Sí gana, queda asegurada una paz estable y duradera (perfecta, idílica, paradisiaca); si gana el No, se entregan la República y el Estado de Derecho al poder electoral (basado en coerción) de los miembros del movimiento en que terminen convertidas las Farc.

La endeble estrategia mediática y publicitaria para matizar los extremos es una mezcla de frases que parecen concebidas por el célebre Cómico Vinagre: que el mejor de los acuerdos es siempre mediocre, que nos alistemos para digerir pesados sapos o que es mejor una mala paz que una buena guerra. Para decirlo en palabras del Pacífico: es lo que hay.Y si lo que hay es lo que declaran ‘Romaña’ y ‘Santrich’, la paz va a experimentar tiempos tormentosos.

Alguien tiene que ir a explicarles que ya no viven al amparo de la Ley del Monte, y que su larga lengua les alcanzaría para lubricar el enorme rabo de paja que tienen. Aunque la justicia en estas latitudes no sea la más eficiente, en alguna esquina se van a encontrar con un juez que lleve bien puestos los pantalones. No jueguen a ser ciudadanos: séanlo.Mi consejo electoral: vote como se le venga en gana.***Ultimátum.

El pastor Miguel Arrázola califica de rito satánico el acto de paz y reconciliación de Cartagena. El concejal Marco Fidel Ramírez dice que, tras la firma de la paz, Colombia ha comenzado a ser una nación ateo-marxista y homosexual. Supuestos cristianos del Magdalena Medio amenazan con cambiar la Biblia por armas si gana el Sí. Vivian Morales insiste en que la familia no es como la vemos a diario en la vida real. El matrimonio entre política y religión sigue demostrando que a veces urge un sensato divorcio. Sobre todo cuando uno de los cónyuges comienza a perder los estribos y la cordura.