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Desplumados

Un presidente puede gobernar con su antecesor respirándole en el cuello, pero...

9 de octubre de 2016 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Un presidente puede gobernar con su antecesor respirándole en el cuello, pero no debe comprometer al país en un proceso de paz sin un mínimo consenso con ese personaje (si funge como principal líder de la oposición). Lo dijimos en esta columna: antes de firmar la paz con las Farc, había que tenerla firmada con Uribe.Fueron fatales los gurúes de la estrategia política y comunicaciones que le aconsejaron (o permitieron) a Santos alimentar con Uribe una pelea que pasó de las diferencias políticas a grotescas declaraciones de carácter personal. La reunión de esta semana en Palacio debió hacerse hace un lustro, quizás activando los buenos oficios de Enrique Santos o Mauricio Rodríguez.Santos y la guerrilla recorrieron por años la senda de la paz con paso lento y vinieron a apurar los pies en el escabroso trecho final, colmado de baches y raíces. Como se ha dicho en estos días, Santos ensilló el caballo antes de traer las bestias y se notó que el caballista era otro.Recalco: la charla debió darse con Uribe y con todos los representantes de los colombianos. Ni el Partido Liberal, ni Cambio Radical, ni el Partido Conservador, ni La U, ni Opción Ciudadana hoy nos representan. Todo lo contrario: la gente está harta de estas y otras colectividades.Creyó el Presidente que con la Unidad Nacional, más la izquierda, en efervescencia por la posibilidad de la paz, ya tenía al país en la mano. Y no.Dicen que en el resultado de las votaciones pesaron los creyentes religiosos. Que pesaron los antisantistas. Que pesaron los indiferentes. Que pesaron los que fueron engañados y amedrentados con mentiras. Que pesaron los dudosos. Claro. Pero lo que había que entender era que ellos también son ciudadanos y tienen derecho a definir el futuro de su país con el voto.La culpa no es de los que votaron pensando defender su culto o sus ideas políticas; tampoco de los que se quedaron en casa porque desconfiaron de los alcances del acuerdo. La culpa es de un país que llegó partido en mil pedazos al día en que tomaba la gran decisión de su vida republicana.En la torta de la culpa, eso sí, gran trozo le corresponde a quien diseñó la estrategia de que quien objetara partes de los acuerdos era un enemigo de la paz. Ese genio fue el primero que le arrancó una pluma a la paloma que hoy vemos dando vueltas en el asador.La tabla de salvación vendrá seguramente con una decisión de la Corte Constitucional de repetir elecciones en los municipios afectados por el huracán Matthew y con la fuerza del premio Nobel (por demás muy merecido para el presidente Santos). ¿Nos aferraremos a la tabla o seguiremos nadando en búsqueda de una paradisíaca playa que solo existe en nuestros sueños?La modificación de los acuerdos es un imposible en la práctica. Aún si la atomizada oposición se uniera y lograra un nuevo acuerdo medianamente satisfactorio, tendría que contar con el visto bueno de la contraparte. Y no se trata de un sí de los negociadores o del secretariado guerrillero.El verdadero poder decisorio es la Conferencia de las Farc, que a muchos les pareció más fiesta que reunión seria. Habría que convocarla de nuevo y someterle el acuerdo con sus modificaciones, ya con muchos líderes descontentos que podrían ni cumplir la cita.La paz sigue siendo una incertidumbre en un país en el que la miopía es ley.***Ultimátum. Mantener el alto al fuego debe ser la prioridad para tirios y troyanos.Sigue en Twitter @gusgomez1701