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Correa y rejo

Regresando a Bogotá de la ceremonia de los Premios Rodrigo Lloreda Caicedo...

6 de abril de 2014 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Regresando a Bogotá de la ceremonia de los Premios Rodrigo Lloreda Caicedo -que este diario entrega anualmente a doce de los muy dedicados periodistas que aquí trabajan-, tuve un encuentro de incalculable valor. Sentado en la rotonda de cafés del Bonilla Aragón se me acercó un viajero cuyo nombre olvidé, y al que llamaré Ambrosio para evitar repetir muchas veces en esta columna frases como “este hombre” y “aquel tipo”.Ambrosio me envolvió en manjar blanco (casi tan bueno como el que prepara Ana Delia Mina), alabando generosamente mi trabajo en medios. Y cuando ya me había inflado lo suficiente el ego, descargó un tiro a quemarropa: “¿Usted qué tiene contra el presidente Rafael Correa?”. Me explicó que era nariñense y que además gozaba de la nacionalidad ecuatoriana, así que era testigo del gran momento que vive esa nación.Estuve tentado a ventilar con él algunas líneas de lo que Mendoza, Montaner y Vargas anotan sobre Correa en ‘Últimas noticias del nuevo idiota iberoamericano’. En suma: que el efectivo presidente no inventó aquello de violar normas o cazar adversarios, pero ha continuado “con esa oprobiosa historia, arropándola ahora en la coartada de una llamada Revolución Ciudadana, llevada a cabo por la Alianza País, el movimiento que fundara con diversos retazos de la izquierda, dentro de la disfuncional familia del Socialismo del Siglo XXI”.Quise decirle que no puedo respetar a un presidente que a su vez irrespeta la ley, promueve un modelo económico que se alimenta de regurgitar recursos públicos, desprecia el libre comercio internacional y da rejo a las voces que osan cuestionar su gestión.Mientras organizaba el discurso en la cabeza, Ambrosio se me adelantó. No entendía cómo podía yo en la radio ser tan displicente con un mandatario que invertía en infraestructura lo que ninguno de sus antecesores. Le expliqué que reconocía la esmerada administración de Correa, pero que no podía rendirme a los pies de alguien que se ha empeñado en asfixiar la libertad de expresión. “Ambrosio”, le dije al no-Ambrosio: “me gustan los presidentes que hacen vías mientras mantienen las vías de expresión tanto o mejor pavimentadas. Los mandatarios, por buenos que sean, no pueden permitirse el atropello de acallar las voces críticas”. Sugerí que era tarea de la sociedad exigir de los gobernantes espacio para la opinión y el debate, so pena del trágico escenario de no tener cómo manifestar descontento en un eventual futuro de mal gobierno o intenciones de atornillamiento al poder.“Como iba a hacer Uribe, que no era socialista sino de derecha”, apuntó. “Sí, como Uribe, Ambrosio”, le reconocí, “que tuvo la tentación de aferrarse a la Presidencia, pero encontró unos canales de opinión, un aparato normativo y una sociedad deliberante que pudo oponerse con éxito. La obsesión por el poder, por no dejarlo, es tan nociva en los uribes como en los castros”.Ambrosio me dio la mano y, antes de tomar camino, prometió seguir oyéndome y leyendo mis columnas, así que me prometí contar esta historia para enaltecer el derecho que aún tenemos en este barrio continental, rodeado de pésimos vecinos, de gastar tinta y saliva en disentir.Ultimátum: No les digo lo que les cortaría a los hombres que disuelven en ácido la felicidad de las mujeres, porque no quiero parecer uno de los obtusos mandatarios de una región en la que nos estamos acostumbrando a resolver todo a punta de correa (con minúscula y con mayúscula). @gusgomez1701