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En primera vuelta les conté la historia de Juan, un joven de veinte años, novato en asuntos electorales. Se estrenaba en las presidenciales y hoy será también la primera vez que experimente una segunda vuelta.

17 de junio de 2018 Por: Gustavo Gómez Córdoba

En primera vuelta les conté la historia de Juan, un joven de veinte años, novato en asuntos electorales. Se estrenaba en las presidenciales y hoy será también la primera vez que experimente una segunda vuelta. Su candidato resultó ‘quemado’ y se enfrenta a una decisión práctica.
Juan encuentra difícil obrar con seriedad, cuando lo único que ve alrededor son montajes circenses, y se pregunta si los políticos, además de hábiles prestidigitadores del erario, son también entretenedores de la fe pública.

Todavía está digiriendo el acto de adhesión a Gustavo Petro de Claudia López y Antanas Mockus en Los Mártires, tradicional localidad bogotana. Después de los trinos en que Petro (una de cuyas virtudes era saber separar el Estado de la religión) se equiparaba con Moisés, algo de sentido tuvo verlo en el Sinaí criollo exhibiendo compromisos como mandamientos. ¿Promesa seria o burla sofisticada?

Para mayor ironía, el show se montó en un barrio de la localidad con nombre providencial: el Voto Nacional. Solo faltó de sobremesa que Mockus renovara votos, pero matrimoniales, con elefante a bordo y el paquidérmico Ernesto Samper de padrino, en representación del capitalismo democrático.

Milimétricamente bien montada la función, aunque algo repetitivos los roles del elenco: todos encarnando a miembros del Club de los Honestos, cofradía que regentan con celo suficiente para prodigar balota negra a quien no ‘comulgue’ con estos políticos seculares de estrafalarios modos eclesiásticos.

Juan tiene clara una cosa: tan hilarante la Izquierda como la Derecha, donde, mientras el candidato Iván Duque se esfuerza para mostrarse como un hombre moderado y un estadista juicioso, ha experimentado las angustias que le producen sus mentores y compañeros de lides. La mesura en el lenguaje no es precisamente una de las virtudes del uribismo.

Ernesto Macías (Macías, no mesías) acusando al director del Inpec de permitir al periodista Daniel Coronell y al senador Iván Cepeda reunirse con alias Alberto Guerrero para inventar una acusación contra Uribe.
Fernando Londoño atribuyendo a Petro cuanto acto delictivo se le achaca al M-19, sin preocuparse por mencionar cosas como el proceso de paz que en 1990 culminó con una desmovilización legal. Y la ‘tapa’: el senador Fernando Araújo asegurando que el ataque de abejas africanizadas durante una reunión política en La Loma, Cesar, había sido un acto de bioterrorismo.

Razón tendrá tanta gente, se plantea Juan, en tomar el camino del voto en blanco, tan duramente cuestionado hoy por quienes ayer lo defendían. La política es dinámica; sus principios son de goma. Los del blanco, como dijo Juanita Goebertus, son culpados por los fanáticos de “dejar que llegue al poder una dictadura”.

Los practicantes del voto en blanco piden respeto, pero no lo practican con quienes se abstienen. Olvidan que votar es apenas una de las muchas maneras de participar en la vida pública con que cuentan los ciudadanos. Como anotó Jaime Castro, “quienes votan, o deciden no hacerlo, ejercen derecho de idéntica naturaleza y pueden invitar a adoptar el mismo comportamiento”. Mientras la ley no disponga que el voto sea obligatorio, abstenerse es otra forma de manifestar una posición.

Así que aquí está Juan, entre las pistas del circo nacional, asustado con la agresividad de los payasos, acosado por los odios que arden en los extremos de la carpa y pensando por quién votar. Mejor dicho: por quién no hacerlo.

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Ultimátum. Aplica en elecciones una frase de Churchill: “El éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin perder nunca el entusiasmo”.

Sigue en Twitter @gusgomez1701