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#AP

Todo comenzó con un chorizo. Y no es una figura de doble sentido. Es la única manera de no faltar a la verdad y contar el rollo con apego a los hechos.

24 de septiembre de 2017 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Todo comenzó con un chorizo. Y no es una figura de doble sentido. Es la única manera de no faltar a la verdad y contar el rollo con apego a los hechos. Un chorizo que movió redes sociales como jamás lo había hecho nunca uno de su clase en Colombia. El chorizo en cuestión se llama Estrato 7, bautizado así gracias al buen humor (no siempre bien entendido) de José María Muñoz, su fabricante. A él y sus chorizos los conocí hace unos años, cuando de paso por Medellín por motivos de trabajo me contactó. Sabe todo el que me conoce que los buenos chorizos son mi debilidad, y José María me hizo llegar una muestra de los suyos. “Pruébelos”, me dijo. “Y me cuenta”.

Comía por ese entonces chorizos caseros, que ya tenían en alerta a mi esposa, preocupada por un exceso de colesterol que terminaría en mis arterias. Al preparar los Estrato 7, el nivel de grasa era mínimo y el sabor único. Me explicó José María que al colombiano no le gusta pagar mucho por un chorizo y que por eso los hacen con carne de mala calidad. Él, en cambio, emplea los mejores ingredientes, y por eso sus chorizos valen y saben. Me convenció. Llevo años comprándolos. Me los envía empacados en icopor y se los pago religiosamente. La semana pasada los comenté en mis cuentas de redes, donde recomiendo restaurantes, libros, películas y todo aquello que opino es grato.

Nótese que escribí “opino”. Y la opinión se define como un juicio que nos formamos respecto de algo o alguien. Ojo: que se forma; no que se compra. Opinar con remuneración de por medio es cualquier cosa (acaso publicidad), pero no es opinión. Muchos me preguntaban, no siempre de manera cortés, cuánto me pagaba el fabricante de los chorizos por elogiarlos. Error: soy yo el que le paga a él, pero entiendo el recelo de los tuiteros, expuestos a medios virtuales donde ya no se sabe en quién confiar. Reconozco que con sus cuentas en redes la gente puede hacer lo que quiera, incluso recibir dineros por alabar productos. Lo sé. Cada tanto me ofrecen pagos a cambio de trinos y los rechazo con educación. No me parece que mi ejercicio de opinión e información en medios de comunicación se compagine con el de cobros indebidos.

Repito: administre cada quien sus cuentas como le plazca. Pero correcto sería que quienes son generadores de opinión, cualquiera sea su campo, asumieran la responsabilidad ética de contarles a sus seguidores cuándo opinan genuinamente y cuándo están en ejercicio de una relación comercial. Se resuelve fácil. Basta con llevar al mundo virtual la integridad que debemos exhibir en la vida real. No hay que dar explicaciones engorrosas ni revelar intimidades empresariales. Propongo algo simple: cada vez que alguien en redes sugiera, recomiende o alabe algo a cambio de un beneficio económico, use el hashtag #AP que representa con decencia y rectitud que es un Aviso Pagado o un Aviso Publicitario.

Apenas dos letras y un carácter bastarían para demostrar carácter y entereza. “Las cuentas claras y el chocolate espeso”, decían los abuelos. No puede ser que la honestidad goce de patentes de corso en las redes. Válida sea la libertad de publicitar y cobrar, pero que se la acompañe de sinceridad. ¡Merecemos que todo el mundo confiese de qué están hechos sus chorizos!

Ultimátum.

Si vamos a vivir en paz, si vamos a construir un país diferente, si vamos a recomponer este desastre de generaciones, entonces no nos echen sal en la herida con homenajes retadores a ‘próceres’ con pies de barro cuya ‘reputación’ flota en sangre de inocentes.