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Alias

Cuando se charla con un delincuente disfrazado de servidor público hay que combinar habilidades de tragasables, torero y malabarista. En cada frase está presente el peligro de pisar una mina ética.

3 de febrero de 2019 Por: Gustavo Gómez Córdoba

Una cualquiera de estas tardes, en un país donde los corruptos se dan silvestres, la señora Aterrada (otrora funcionaria) terminó sentada junto a uno de esos políticos marrulleros de los que la gente recuerda más el alias que el nombre. Lo imaginaba ella más rollizo y abultado, tal vez por el apodo que lo hizo famoso o quizás por su permanente ingesta de recursos.

Por obligación, y no por gusto, trabaron conversación. Cuando se charla con un delincuente disfrazado de servidor público hay que combinar habilidades de tragasables, torero y malabarista. En cada frase está presente el peligro de pisar una mina ética.

Llegados al inevitable punto de convergencia de sus experiencias como servidores (ella del Estado y él de sí mismo), el señor Alias se permitió revelarle a la señora Aterrada su original taxonomía de la función pública.

Por la lengua fueron escurriéndosele los que él considera son únicos escenarios del administrador estatal, llámese gerente, alcalde, gobernador o director. Son cuatro. Al decir de algún huésped palaciego: cuatro como los jinetes del Apocalipsis, cuatro como los tres mosqueteros (más D’Artagnan) o cuatro como las estaciones que hay en países donde roban menos.

Primer escenario: posesiónese y hágase el desentendido. Si hay carteles internos o roscas malsanas, no escarbe ni pregunte. Limítese a hacer lo suyo y mire para otro lado. Probablemente saldrá catapultado a otro puesto y nadie se molestará en hacerle zancadilla.

Segundo escenario: robe y deje robar. Usted sabe que se le está presentando la oportunidad de su vida, pero tiene el suficiente sentido común para entender que a ningún tiburón le cabe la ballena muerta entera entre las fauces. Terminará su gestión nadando en plata y aplaudido por sus boyantes subalternos.

Tercer escenario: robe y no deje robar. La opinión pública lo aplaudirá cada vez que usted revele (o filtre) la tarea que está haciendo para impedir que las mafias metan mano en los recursos del Estado. Pero de puertas para adentro va a tener que estar pendiente de las emboscadas que le van a tender aquellos que, atados de manos, lo verán llenarse los bolsillos con la plata que ha debido ser para ellos.

Cuarto escenario: ni robe ni deje robar. Usted cultivará fama de imbécil. Diríamos que de ñoño, pero todos entendemos que en Colombia esas cuatro letras se apartan de la definición del Diccionario de la Lengua. Prepárese para una cascada de anónimos, denuncias en organismos de control, grabaciones subrepticias y cadenas de insultos en redes (anti) sociales.

Toda la escoria que hemos tenido que soportar en este país encuentra perfecto acomodo en el segundo o tercer escenario. Y, por vía de omisión, también en el primero. Solo una minoría termina protagonizando el cuarto, aunque nunca por mucho tiempo: deshacerse de funcionarios éticos es la única cosa que a los corruptos les trasnocha más que el dinero.

Me gustaría rematar esta historia diciendo que me la inventé. Pero no. Sé quiénes son sus dos protagonistas. Y, si leyeron con juicio, sospecharán quién es el señor Alias. Desdicha enorme que sea él apenas uno de los muchos especímenes insaciables que devoran nuestros dineros y de los que, a cambio, solo recibimos el excremento.

***

Ultimátum.
Diera la impresión de que el gobierno quisiera ver a la Jurisdicción Especial para la Paz reducida a cenizas. ¿Será por eso que sus requerimientos Minjusticia los envía al exterior usando sistemas de comunicación tan poco confiables como las señales de humo?

Sigue en Twitter @gusgomez1701