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Totalitarismo blando

El auge de movimientos que reivindican los derechos y el respeto hacia minorías y sectores sociales que han sido tratados injustamente ha traído cambios importantes en una escala global.

28 de septiembre de 2018 Por: Gustavo Duncan

El auge de movimientos que reivindican los derechos y el respeto hacia minorías y sectores sociales que han sido tratados injustamente, como los feministas, activistas Lgtb, indigenistas e incluso los ecologistas, ha traído cambios importantes en una escala global. En lugares donde pocos años antes hubiera sido inimaginable que mujeres, homosexuales y demás grupos afectados pudieran reclamar sus derechos, se encuentra hoy que no solo su situación ha mejorado significativamente sino que el grueso de la sociedad ha cambiado sus valores y comportamientos por la creación de una conciencia de respeto, sin importar las diferencias entre grupos sociales.

Estos cambios suponen un enorme avance. Sin embargo, el éxito de los movimientos sociales está llevando a la sociedad a afrontar uno de los riesgos más grandes a la libertad, el respeto a la individualidad y el pluralismo, entre otros valores esenciales del proyecto liberal de Occidente, que se haya dado en los últimos tiempos. Los movimientos sociales se han embriagado de su éxito y ahora sus pretensiones apuntan a imponer sus valores, formas de comportamiento y su idea sobre hasta dónde deben llegar las libertades políticas y de expresión al resto de la sociedad.

Una cosa es el respeto a los derechos de sectores que históricamente han sido afectados y otra cosa es que desde las organizaciones que los defienden se pretenda pasar por encima de los derechos de los demás. El argumento de base para reclamar el sometimiento de los otros es que determinados aspectos de la vida política, económica, social y de la cultura constituyen una ofensa contra dichos sectores y, en consecuencia, las organizaciones están en todo su derecho de exigir cambios en la forma de expresarse, de educar, de legislar, de gobernar, etc.

No importa que estos aspectos constituyan el eje de la organización y de la vida social de los otros sectores. Las creencias religiosas, el trabajo sexual -desde la pornografía hasta la prostitución-, las modas y su industria, las fiestas y celebraciones -incluyendo por supuesto la fiesta brava-, entre muchas otras manifestaciones de la cultura, la economía y la vida social, son cuestionadas desde una posición de superioridad moral de quienes argumentan sentirse ofendidos y agraviados por su práctica. Se exige así su prohibición.

Del mismo modo, se realizan exigencias en cuanto al lenguaje, -hablar de todas y todos-, a cuotas paritarias sin importar los méritos en cuestión, y se aprueban agresiones públicas contra cualquier personaje que sea objeto de su reprobación moral, -una modalidad de matoneo que se reclama legítima en esas circunstancias.

Lo que de fondo se esconde es un profundo desconocimiento de las libertades y del pluralismo en una sociedad. Se trata del intento de imposición de una nueva forma de totalitarismo, blando si se quiere en sus métodos, en que de manera hábil se evita la discusión de los valores y derechos del proyecto liberal de occidente a través de un juicio moral de las prácticas e instituciones de los otros. Como son inmorales no aplica para ellos la noción de libertad y respeto a la diversidad que tanto hizo por las minorías y grupos en desventaja.

De momento, el nuevo totalitarismo es blando porque las organizaciones que lo predican no tienen poder más allá de la vergüenza que quieren arrojar sobre sus contradictores, pero si ganan las elecciones…

Sigue en Twitter @gusduncan