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Tomarse en serio

Si sabían que el Presidente y el Ministro de Defensa iban adentro, la intención era solo asustarlos, no asesinarlos.

2 de julio de 2021 Por: Gustavo Duncan

Lo normal en un país es que cuando el presidente sufre un atentado, los medios, las investigaciones judiciales y el debate público giren en torno a ese tema. Sorprendentemente aquí la noticia quedó relegada, muy rápido, a un segundo plano. ¿Quiere decir eso que la colombiana es una sociedad insensible? No tanto. Otras cosas explican la indiferencia del país.

La principal pareciera ser que no se trató de un atentado al presidente Duque en particular. Por supuesto, hubo un ataque con fusiles al helicóptero en que se transportaba el Presidente. De eso no hay duda.
Lo poco creíble es que quienes dispararon lo hicieron a sabiendas que el Presidente iba en el helicóptero con el objetivo deliberado de asesinarlo.
Con el calibre de los fusiles que utilizaron es casi imposible derribar un helicóptero Blackhawk. Los impactos alcanzaron a botar una estela de humo pero los daños no fueron mayores. Si sabían que el Presidente y el Ministro de Defensa iban adentro, la intención era solo asustarlos, no asesinarlos.

Pareciera más bien que se trató de un caso fortuito. Alguna patrulla de algún grupo armado de la zona realizaba hostigamientos contra la fuerza pública. En esas pasa un helicóptero y le disparan. Resulta que adentro iba el Presidente. La patrulla huye. Al parecer, dejan botadas las armas para poder escapar. Están en los alrededores de Cúcuta y la reacción de la Fuerza Pública deja poco tiempo de margen. Algunos, más conspirativos, sostienen que alguna autoridad plantó los fusiles para acusar al gobierno venezolano de proveerlos. El final no cambia: el atentado tiene más características de un hostigamiento que de un atentado.

Ahora bien, que el país se relaje un poco con el atentado, por las circunstancias descritas, dice mucho de otra cosa: el país se ha insensibilizado a un tipo de violencia aún remanente del conflicto pasado. En diversas áreas de Colombia se ha vuelto normal que existan grupos armados que se enfrenten por el control de la población. Son áreas periféricas o marginales en las grandes ciudades donde los grupos ejercen funciones de vigilancia, administración de justicia, organización y explotación de economías criminales, sin necesidad de apelar a grandes relatos de una rebelión nacional o un derecho legítimo a la defensa propia frente a la rebelión.

Quien más sufre con las actuaciones de estos grupos es la población civil que se encuentra en la mitad del fuego cruzado de los grupos enfrentados. Además, cuando el Estado intenta recuperar el control en el corto y mediano plazo sufre retaliaciones, muchas veces indiscriminadas, de los grupos que sospechan de colaborar con la Fuerza Pública. Así sucede en Catatumbo, Bajo Cauca, Cauca, el Atrato, Tumaco, Buenaventura, el suroriente del país y en los barrios marginales de algunas grandes ciudades. Durante unos segundos el Presidente vivió esa realidad cotidiana de una parte significativa de colombianos.

Por eso, es importante tomarse en serio el atentado al presidente Duque. Si ni siquiera el presidente está exento de quedar en el medio del fuego cruzado entre los grupos armados que se disputan el control de muchas zonas periféricas y marginales, ¿cómo será la situación de seguridad y de ley de quienes viven allí?

Este es un debate que más rápido que tarde debe resolver el país porque va a definir qué tan pacífico o violento va a ser el postconflicto.
Sigue en Twitter @gusduncan