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Superioridad moral

Desconcierta que en un ambiente tan cargado de corrupción, ambigüedades en las alianzas políticas y vínculos con grupos armados, varios sectores de la dirigencia del país, de todas las vertientes, pretendan reclamar la posesión de una moralidad superior y que lo hagan, además, deslegitimando el sistema político al que pertenecen.

7 de julio de 2017 Por: Gustavo Duncan

Desconcierta que en un ambiente tan cargado de corrupción, ambigüedades en las alianzas políticas y vínculos con grupos armados, varios sectores de la dirigencia del país, de todas las vertientes, pretendan reclamar la posesión de una moralidad superior y que lo hagan, además, deslegitimando el sistema político al que pertenecen. Nada más falso y contraproducente para llevar a cabo una depuración de las prácticas y de la cultura política.

Desde que José Obdulio Gaviria instauró la expresión del trono moral o incluso antes, cuando Pastrana pretendió justificar los resultados de su impopular gobierno con el argumento de una ética intachable, estaba claro que el asunto no aguantaba mínimo análisis. El trono moral de José Obdulio estaba empañado por los vínculos con el paramilitarismo de un sector significativo de la clase política que gobernó con Uribe. La actitud de Uribe al respecto fue, por decir lo menos, tibia: en vez de condenarlos les pidió que votaran su agenda legislativa antes de irse a la cárcel.

Pastrana, que por entonces estaba enfadado por las críticas de haber sido blando con las Farc, no bajaba al gobierno de Uribe de una prolongación del cartel de Medellín. Hoy en día, dadas las vueltas de la política, Pastrana es su principal aliado en contra de la paz de Santos. Lo acusa haber entregado el país a las Farc, un acto inaceptable e inmoral, pero olvida que en su momento hizo concesiones inimaginables a las Farc.

Y Santos no se queda atrás. En la campaña para su reelección acusó a Uribe de haber propiciado el paramilitarismo y reclamó que en su gobierno ningún funcionario se ha visto envuelto en escándalos de corrupción. Olvidó mencionar que él era, ni más ni menos, el ministro de Defensa durante los falsos positivos, que en el gobierno de Samper se reunió con Carranza y los paramilitares para conspirar un pseudo golpe de Estado y que cuando Uribe lo hizo presidente en la euforia de la celebración, dijo que éste había sido uno de los mejores gobernantes de nuestra historia republicana.

Tampoco mencionó que la coalición política que soportó el gobierno de Uribe, aglutinada alrededor del partido de la U, hoy es la que lo rodea a él. Por si fuera poco, el escándalo de Odebrecht le explotó en la cara, demostrando que los “bogotanos de bien” también roban.

La izquierda, por su parte, no se aburre de construir un discurso donde dividen el mundo entre malos -los otros: oligarcas, políticos y corruptos-, y buenos -ellos: los genuinos representantes del pueblo. Tenían en su haber que cómo no habían gobernado no podían ser acusados de corruptos. Fue suficiente el gobierno de los Moreno Rojas en Bogotá para despejar cualquier duda.

Pero el campeón mundial de la superioridad moral es Iván Cepeda. Acusa de corrupto, mafioso y paramilitar a cualquiera que se le atraviese desde su posición de defensor de los Derechos Humanos. Sin embargo, en el Congreso es el alcahueta más decidido que tienen las Farc, un grupo que tiene más de 300 masacres y 20.000 secuestros entre pecho y espalda. No puede afirmarse que sea orgánico de la guerrilla, no hay pruebas de ello, pero sin duda actúa como la Rocío Arias de ‘Iván Márquez’ y sus amigos.

En las actuales circunstancias lo que el país necesita no son dirigentes que reclamen poseer una superioridad moral. Basta que al menos sean coherentes en sus actuaciones públicas con un básico de ética.

Sigue en Twitter @gusduncan