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Por alguna razón, bien fuera arribismo o amenazas, Natalia Lizarazo cambió sus...

12 de septiembre de 2015 Por: Gustavo Duncan

Por alguna razón, bien fuera arribismo o amenazas, Natalia Lizarazo cambió sus apellidos a Springer Von Schwarzenberg en una notaría. El cambio le sentó bien. Luego de realizar algunos estudios de postgrado en Europa, de cuestionable calidad académica, la nueva Natalia Springer regresó al país y se hizo a cuantiosos contratos en la Fiscalía y en el municipio de Valledupar. Su compañía Springer Von Schwarzenberg facturó varios miles de millones de pesos.Todo iba bien hasta que algún opositor resentido por las críticas de Springer a Álvaro Uribe y por las decisiones implacables del fiscal Montealegre decidió investigar un poco el caso. Descubrió lo del cambio de nombre, lo que en sí no probaba nada más allá de algún complejo personal o de unas ansias de ascenso social. Pero luego la prensa comenzó a indagar más y la cosa se ha ido complicando. Los montos de los contratos son absurdos y de acuerdo a Semana hay descontento en la Fiscalía con los productos entregados.Hasta ahora Springer no es culpable de nada. Probablemente no lo sea pese haber aducido “razones de seguridad nacional” para mantener los contratos fuera de cualquier escrutinio. Toda la papelería está en regla y si algún producto específico no se entregó dentro de los términos probablemente algo podrá hacerse para que el asunto no llegue a lo penal.Pero el problema para Springer es otro. El escándalo hizo añicos toda su reputación y la dejó ante los ojos de todos como arribista, codiciosa y poco ética. Puede que los contratos sean legales pero no tiene presentación el monto pagado y los procedimientos utilizados para seleccionar su firma.Hoy es muy difícil sentir algún tipo de simpatía por Natalia Lizarazo o Natalia Springer Von Schwarzenberg, como se llame. No hay razón para ello. Sin embargo, la historia también guarda otra moraleja más sutil que la hace también más dramática.La trama de Springer, su historia de Cenicienta que no se vuelve princesa sino contratista, se cae no tanto por lo impresentable de los contratos. Se cae, más bien, porque cuando sus complejos y sus maniobras para esconder su origen social quedaron al descubierto, todos los focos de atención de la prensa cayeron sobre ella. Si el cambio de apellido no hubiera disparado las alertas sobre los contratos de Springer nada hubiera pasado.Como sucede hoy con numerosos contratistas del Estado, quienes al igual que Springer tienen títulos cuestionables y reciben a dedo multimillonarios contratos. Ellos sí nacieron con los apellidos y las redes sociales correctas. Son algo así como las hermanas malas del cuento de la cenicienta. Solo que acaban mejor que la protagonista.El propio listado de los contratos de la Fiscalía expuesto por el Espectador muestra cómo un tal Miguel Samper Strouss recibió $261 millones por solo nueve meses de trabajo. Ya a los 27 años Samper Strouss había sido nombrado viceministro de Justicia. ¿Alguien puede creer que este nombramiento se debió solo a sus méritos y a su formación? Más aún, ¿alguien puede creer que es solo la Fiscalía donde se nombran funcionarios y se otorgan contratos a gentes de apellidos y contactos ilustres de Bogotá que no tienen los méritos y la formación de muchos Lizarazos o Tocarrunchos?El Estado central colombiano, aquel que está en manos de los cortesanos de Bogotá, está plagado de gente que no tuvo que cambiarse el apellido por Springer Von Schwarzenberg.