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Situación peligrosa

En la democracia los políticos deben ser oportunistas. Es importante que lo sean porque de ese modo identifican las demandas de decisiones políticas entre la población que no son atendidas y los errores o abusos de sus competidores que llevan a un mal manejo de los asuntos públicos.

29 de noviembre de 2019 Por: Gustavo Duncan

En la democracia los políticos deben ser oportunistas. Es importante que lo sean porque de ese modo identifican las demandas de decisiones políticas entre la población que no son atendidas y los errores o abusos de sus competidores que llevan a un mal manejo de los asuntos públicos. En el oportunismo está una enorme dosis del sistema de pesos y contrapesos de la democracia.

Pero, al mismo tiempo, la democracia exige que los políticos tengan sentido de responsabilidad. El oportunismo tiene su límite cuando sacar provecho de él implica un costo evidente para la sociedad. En otras palabras, cuando por la competencia por el poder los políticos no tienen escrúpulos en tomar decisiones que se sabe afectarían a muchos.

En la práctica no es nada sencillo establecer los límites entre oportunismo y responsabilidad. No es claro hasta que punto una decisión oportunista conlleva a efectos puramente negativos. Hay políticas públicas que pueden tener un amplio consenso popular, a la vez que los políticos que las implementan estar convencidos de sus bondades, y los resultados pueden ser desastrosos.

Sin embargo, hay una línea roja en que el oportunismo político deja a un lado cualquier noción de responsabilidad. Es cuando es evidente que los dirigentes se aprovechan de las circunstancias para destruir las propias instituciones de la democracia.

Estuvo a punto de pasar en 2010 cuando Uribe le coqueteó a la idea de irse a un tercer período presidencial y se especuló con la posibilidad de un cambio en la constitución. Era el oportunismo de quien contaba con un avasallador margen de popularidad por haber llevado a la derrota estratégica a las Farc. La irresponsabilidad con la democracia era del tamaño de romper un principio mínimo de los regímenes presidencialistas: la alternancia en el poder.

Ahora hay una situación incluso más peligrosa para la democracia que en 2010. Petro ha encontrado en el malestar de la sociedad, en particular de clases medias y excluidos, una gran oportunidad para acceder al poder. Ha sabido sacar provecho como ningún otro político a la ola de protestas en el continente y en Colombia.

A la vez, Petro viene demostrando en sus salidas en las redes sociales que su sentido de responsabilidad es mínimo. Es ambiguo con el uso de la violencia y con la exposición de las personas. Celebra la participación de las barras bravas en el paro, lo que es obvio incrementa el riesgo de agresiones físicas, pide que organicen guardias populares para neutralizar la rapiña de los vándalos y convoca a los menores de edad a organizarse en sus colegios para ir a las marchas.

Más grave es su posición acerca de la democracia. En el caso de Bolivia se refiere llanamente a un golpe de Estado y por ningún lugar menciona la renuencia de Evo a dejar el poder, sin importar su derrota en el referendo, el cambio arbitrario de la constitución y el fraude en las elecciones. Ya de Chávez dijo que era un demócrata y que no importaba que se mantuviera indefinidamente como presidente porque era una decisión consultada en las urnas.

¿Querrá Petro eternizarse en el poder en caso de ganar? De nuevo en el paro habló de “convocar el poder constituyente”. No sobra entonces que la prensa vuelva a preguntarle sobre la alternancia en el poder y el cambio de Constitución, no vaya a ser que las promesas grabadas en piedra que le hizo a Claudia López y Mockus se le olviden.

Sigue en Twitter @gusduncan